Realmente estaba muy cansado. El divorcio me había dejado exhausto, tanto anímica como económicamente. Tantas horas discutiendo en una pura campaña bélica para al final perder casi todo y solo obtener un irrisorio régimen de visita para mis hijos.
Empece a tomar ansiolíticos y a beber de más, casi no dormía y era incapaz de concentrarme. Mi socio Enrique, que más que socio era amigo, me puso los puntos sobre las ies, no podía seguir así, estaba destruyendo mi vida y el negocio. Me propuso que me fuera todo el mes aprovechando que los niños estaban con su madre de vacaciones, irme a un sitio tranquilo donde me centrase. Me pareció buena idea, aunque sin un euro en el bolsillo de difícil ejecución. Se bajo al banco y subió con 2000 euros que me entrego.
-Busca un pequeño pueblo donde no tengas otra cosa que perder que el tiempo, ya me lo devolverás.
Le di un abrazo y me fui. Metí en el maletero una bolsa con algo de ropa y me puse rumbo al norte. No sabia donde ir, pero tenia claro que no fuera el mar, siempre me puso muy melancólico. Paraba cada poco tiempo intentando cogerle el pulso a mi nueva realidad. No se como llegue al sur de la provincia de Lugo, entre carreteras comarcales que se enrevesaban sin saber donde me llevaría.
Estaba cayendo el sol y ya daba por hecho que pasaría mi primera noche en el auto. Paré; una casa me llamó la atención, bajé para verla mejor, era fantasmagoría pero hermosa, se veía que sufrió un gran incendio que afecto a la mitad oeste. Tenia 300 metros o más por planta. La entrada era una preciosa y gran escalinata de piedra, como el resto de la edificación, de esa piedra tan bonita con que se construye en Galicia. Se vislumbraba unas ventanas en la base que parecían ser del sótano, dos plantas con grandes ventanales, y terminado en lo que yo describiría como un estilo ingles, dos torres, una en cada lado, y una barandilla, también en piedra, que rodeaba el resto del techo, encerrando varias chimeneas. La puerta era mas propia de una iglesia, en madera maciza, y el amplio jardín estaba limitado por una alta verja metálica que la vegetación y la herrumbre daban una idea de los años que nadie la cuidaba. La puerta metálica era de esas con una llave enorme. Andaba sopesando si ese seria un buen sitio para pasar la noche cuando el crujido de una rama me sobresalto.
-Buenas noches buen hombre
-¡Que susto me ha dado!
-Normal. ¿Que hace aquí solo a estas horas?
-Me perdí. Buscaba un sitio donde pasa unos días tranquilo y no he visto mas que aldeas y ningún hotel.
-Por aquí pocos hoteles verá. Si sigue esta carretera en 10 minutos llegará a un pequeño pueblo. Nada mas entrar en la primera casa a la derecha vive la señora Carmen, ella le alquilara una habitación.
-Muchas gracias señora.....
-Eusebia
-Gracias señora Eusebia
Un escalofrió me recorrió la espalda al ver esos profundos ojos negros que parecían no mirar a ningún sitio.
Llegue a la casa tal y como de dijo. La señora Carmen era una encantadora mujer entrada en años que me alquiló una confortable habitación y las comidas diarias por 200 euros a la semana ¡Hasta me sobraría dinero!. En la primera semana me dio tiempo a serenarme, mi rutina era la misma, paseo por la mañana y paseo por la tarde, pero siempre acabando en la casona, no se que tenia, pero como un imán me atraía. Estaba deseando llegar antes incluso de empezar ha andar. Daba una vuelta al recinto observando cada uno de los detalles; en verdad debió ser un sitio lleno de vida y precioso, con un enorme jardín siempre verde y florido.
Un día me quede dormido después de comer y me desperté muy tarde, estaba ya tan relajado que solo necesitaba cerrar los ojos. Aunque estaba anocheciendo decidí no saltarme mi visita, cogí una linterna del coche y avancé hacia la casona. Antes de llegar noté un resplandor extraño, apague mi linterna y avance despacio por el camino hasta la entrada, en la torre este se veía una luz oscilante que no llegaba a distinguir. Estuve un rato mirando hasta que un lánguido lloro me dejo petrificado, la luz se intensifico, era una vela, y detrás una silueta entre sombras chinescas. Sin pensármelo giré y volví sobre mis pasos mas deprisa de lo que la prudencia recomendaba sin encender la linterna.
Me esperaban para cenar. Ya teníamos la costumbre de comer en una animada charla que se prolongaba un largo rato, era una animada tertulia que sabia todos los chismorreos de la región sucedidos en el último siglo al menos, y siempre contados con gracia y humor. Nunca me habló de la casona. Me notó mas callado de lo normal, pero en su discreción no pregunto nada. Cuando terminamos le dije de donde venia y que me había asustado.
-No me extraña hijo, encierra una terrible historia.
Vicente Orduño se fue hacer las américas dias antes de que se proclamara la segunda república. En el barco conoció a una mujer de la que se enamoró y con la que se casó poco después de llegar a tierra. Quedó embarazada y dio a luz a Juan, pero murió en el parto. Vicente, solo y con un niño recién nacido trabajo duro hasta que consiguió abrir un modesto restaurante gallego en Caracas. El éxito fue inmediato y en poco tiempo su situación cambio radicalmente. Cuando su hijo se hizo un hombre decidió que era momento de volver a su añorada tierra. Con una pequeña fortuna se instalo y mando construir la casona, compró ganado y tierras, y llevó de ama de llaves a una prima hermana muy querida. No tardó mucho en enamorarse Juan y casarse con una muchacha llamada Nata. De la unión nacieron tres hermosos niños. Cuando el pequeño no llegaba al año Vicente murió. Su hijo quedó destrozado y Nata, que se había visto relegada a un segundo plano en el mando de la casa por la prima decidió cambiar la situación, de comportarse como señora de la casa, tratando a Juan y los niños como si fueran suyos, pasó a ser una sirvienta. En una de las peleas Nata consiguió de su marido, hundido en la pena, que la echara y se le prohibiera la entrada a la finca. Todas las noches rondaba la verja llorando y pidiendo que le dejaran ver a los niños. Una de ellas entro por una puerta falsa de la valla, y sin que nadie la viera se coló en la casa. En el comedor, que estaba debajo de las habitaciones, vertió todas las botellas de petroleo que había almacenadas en el sótano para los quinqués, y con una vela que siempre quedaba encendida para ahuyentar a las animas prendió fuego. El incendio fue terrible. Antes de que las sirvientas que dormían en el otro lado de la casa, se despertaran por el humo y la luz, las llamas, activadas por los muebles de maderas nobles, subían por las escaleras que hicieron de chimenea. Los gritos se oyeron en todo el valle, es algo que ningún vecino olvidó nunca. Se puso a llover como hacia años que no lo hacia y eso les salvo la vida al servicio. Los cadáveres estaban carbonizados, pero nunca se encontró el de la prima, dicen que se quemó entero.
-¿Como se llamaba la prima?
-Eusebia. Eusebia la ciega, la llamaban asi por que sus profundos ojos negros parecían no mirar a nadie.
¡ERA ELLA!, la mujer que le indico la casa.
Por primera vez en veinte días pase una noche en vela. Cuando llegó la mañana aun tenia el estómago encogido. Decidí no salir al monte ni acercarme a la casa, no sabía como reaccionaría ni que podía ver. Anduve vagando por el pueblo, un pequeño pueblo sin demasiado interés, pero por el simple hecho de cruzarme con los paisanos y cambiar unas palabras me fue tranquilizando. Sin darme cuenta tropecé con el cementerio, como casi todos en la zona precioso, mármol y dorados relucientes lo adornaban. Entre con precaución y vi un pequeño panteón; allí estaban. Vicente Orduño, su hijo, nuera y nietos. Me quede un rato pensativo. -¿Por que se me iba aparecer una mujer muerta hace décadas con la que no me unía relación alguna?. Por primera vez en muchas horas mi curiosidad venció al miedo.
A la mañana siguiente madrugué y salí hacia la casa con una palanqueta que encontré en el cuarto trastero de la señora Carmen. Busque esa puerta falsa, a pesar de que pasé por delante de ella muchas veces no la había visto, estaba tan cubierta de vegetación que resultaba imposible. Apliqué el hierro e hice fuerza, pero no conseguí moverla. La limpié como pude de tierra y raíces. Al cuarto intento cedió. Me colé en la finca tantas veces admirada y me acerqué una ventana por la que colarme.
Apesar de tener todas las contraventanas metálicas de la planta principal cerradas en cuanto apliqué un poco de fuerza se desmoronó el cemento, seguramente por la acción del fuego. Entré en lo que seria el comedor, nada había que identificar. Al fondo una puerta daba a la cocina. Solo el hierro fundido del hogar y sus piedras permanecían en su sitio, el resto eran metales sin forma de lo que fue el menaje. Salí hacia la entrada, era hermosa y amplia. Subí las escaleras que me llevaron a los dormitorios. Los hierros de las camas retorcidos y los carbones de las maderas que recubrían el suelo daban una idea de la terrorífica escena. La cuna del pequeño me trajo una arcada. Alcance la torre, se veían restos de juguetes, lo utilizarían como cuartos de juegos; no puede contener las lagrimas.
Baje y fui a la otra ala, aunque negrecido por el humo no se veía rastro de fuego. En la biblioteca se deshacían un centenar de libros con tapas de cuero, nada de valor quedaba. Miré unas cuantas fotografiás que me hizo ponerles cara a la familia. Una me llamó la atención, era la inauguración del restaurante en Caracas, Vicente lucia como un galán al lado de Juan que con un peto y gorra marinera parecía un trasto con cara de pillo. Seguí mi periplo a las habitaciones del servicio, todo corriente, y terminé en la torre este. Casi no podía superar el último tramo de escalera por el temblor de piernas. Debía ser la habitación de Eusebia, algo mas amplia y con mas mobiliario que el resto del servicio. Lo único extraño era una vela en medio de la habitación, estaba sobre unas mesita, pero no tenia ni polvo ni telarañas, ni tan siquiera estaba amarilla la cera. No sé que me esperaba encontrar, pero al bajar estaba mas tranquilo, me disponía a salir cuando un detalle centelleó en mi mente. Volví a la biblioteca y me acerque a la foto de la inaguración fijándome en el texto al pie:
CARACAS.MARZO 1935.
No cuadraba, según la señora Carmen se fue pocos días antes de proclamarse la segunda República, eso fue a mediados de abril de 1931. Entre el viaje, la boda y el embarazo Juan no debería tener mas de año y medio, muy ajustado dos, y allí representaba al menos cuatro o cinco años. Las ideas y dudas me cruzaban el pensamiento. De camino al pueblo tome una decisión. Me monté en el coche y salí hacia Santiago de Compostela, sabia que la Xunta Gallega tenia un registro de emigrantes donde los descendientes podían pedir un certificado para conseguir la nacionalidad. A pesar de los miles de nombres fue facil encontrarle: Vicente Orduño Figueras, vecino de Oponto, Lugo.Salida el 7 de abril de 1931. A Coruña. Buque: El Ferrol. 2 pasajes.
Llegue algo tarde a comer y muy pensativo.
-¿Sabe como se apellidaba Eusebia?
-Que preguntas mas raras me haces hijo, pues Tuñas, eran primos por parte de madres. Anda que no te ha dado con la maldita historia.
-¿Es que me pico la curiosidad?
-Pues en una tierra de Brujas y Meigas esa curiosidad te puede costar cara.
Era la primera vez que vi a la Señora Carmen enfadada.
Me quedé toda la tarde en la casa y después de cenar me fui a dar un paseo, me lo pensé varias veces, pero al final me decidí y puse rumbo a mi destino. La puerta de la verja y la principal de la casa estaban abiertas, me esperaban. Entre con sigilo cuando vi la luz de una vela.
-Buenas noches Señora Eusebia
-Buena noches hijo. Te aguardaba
-¿Porque mató de esa manera horrible a su hijo y sus nietos?
Nunca imagine que pudiera ver llorar a un fantasma.
-Si nuestros padres se enteran que Vicente y yo íbamos a tener un hijo nos matan. El cura se hubiera encargado de hacernos la vida imposible, ¡ENTRE PRIMOS HERMANOS!. Lo normal entre los hombres es que negaran y la mujer fuera la que destrozara su vida, pero Vicente era bueno, bueno de verdad. Como pude disimule el embarazo y nada mas parir se llevo la criatura a una vieja bruja que vivía sola en el bosque. No me quiso dejar que la viera para no sufrir más. Cuando fue lo suficiente fuerte para el viaje se lo echo al brazo y salio para América. Yo quede destrozada y mas enamorada que nunca de ese hombre. Me envió algunas cartas dándome noticias a través de la bruja, las guardaba como un tesoro, y sobre todo fuera del alcance de mi padre. Si hubiera tenido valor..........Cuando regresaron yo creí que alcanzaba el cielo. Vicente me dio el puesto de ama de llaves para estar cerca de Juan, me desvivía por él. Vino la boda y Nata nunca quiso acercarse, para ella solo era la criada. Esa niña boba, hacia cuatro días no era más que una pobre campesina y ahora tenia aires de grandeza. Siempre intentaba quitarme del medio, pero Vicente la cortaba en seco. Fueron años muy felices rodeada de mis nietos.Un día buscando entre mis cosas me di cuenta que alguien las había revuelto, y para mi desesperación comprobé que me faltaban las cartas. Nunca debí guardarlas allí. Desde entonces Nata me trataba mas altiva. Comprendí que ella las tenia, y no podía consentir que trabara la felicidad de mi hijo, agaché la cabeza y empecé a humillarme cada vez más.
Vicente murió, Juan que nunca se había separado de su padre se hundió, y Nata se hizo la dueña de la casa. Convenció a su marido de que yo era demasiado mayor para cuidar a los niños y termino echándome. Creí morir del dolor. La felicidad solo me duró unos pocos años. Lloraba y gritaba hasta caer sin conocimiento. Mi hijo que era el único que me podía salvar pensó que estaba loca y temió por los suyos, no me extraña, desde el parto mi cordura se balanceo por la cuerda floja, y ya empezaba a caer.
Intente suicidarme. Me adentré en el bosque, a la vieja cabaña de la bruja, muerta años antes, me tomé todo lo que veía en los viejos frascos convencida de que habría veneno en alguno de ellos, pero no pasaban de ser drogas sacadas de sabe Dios que seta que me volvieron peor. Una noche, sin ser consciente de ello, me acerqué a la casa. En la puerta vi a Nata tomando el fresco. Mi corazón se cubrió de odio, no sabes que cantidad, por la boca se salia como a un perro rabioso. Entré sin problemas por la cancela, me acerqué sigilosa por su espalda y la golpeé con una piedra en la nuca. Cayó sin hacer ruido, la arrastré hasta la parte de atrás de la casa y la solté en un pozo negro que andaba abierto esos días. Volví a la casa y recogí todas las garrafas de petroleo que se guardaban en el sótano. Las desparramé por el comedor y todas las habitaciones, me puse un camisón y me tumbe al lado de Juan que dormía tranquilamente. Nadie nos volvería a separar. Prendí el petroleo con una vela.
-¿Es usted la que esta enterrada en vez de Nata?
-Si, pero mi alma atormentada no me deja descansar con los míos, y son demasiados años sufriendo.
Se aceró y me colgó una medallita con una simple cadena que tenia una pequeña inscripción. Dio media vuelta y desapareció.
-Ayudameeee......
La señora Carmen andaba nerviosa esperándome tan tarde, la tranquilicé, le hice que se sentara y le conté toda la historia sin que parara de rezar.
Al día siguiente fuimos los dos al cuartelillo de la Guardia Civil, el sargento me miraba como si me tuviera que hacer la prueba de alcoholemia, y eso que no le conté la mayoría de los detalles, si no llega ha estar Carmen me mete en el calabozo. Cuando terminé la historia se quedó como pensativo y me soltó:
-¿Y que quiere que haga yo con su fantástica historia?
-Pues si tengo razón habrá un esqueleto en una fosa séptica, y creo que eso es de su incumbencia, ¿o prefiere que vaya al juez y le relate su dejadez?.
De muy mal genio se subió al 4x4 con otro guardia y nos siguieron. Bajaron con una larga palanqueta con la que golpeaban el suelo de la parte trasera de la casa intentando encontrar la fosa. Un fuerte sonido a piedra descubrió la losa que la cerraba. La retiraron, y con bastante desgana y una pértiga larga terminada en gancho que llevaban en el vehículo revolvían los restos. Los ojos casi se le salen de la órbita cuando sacó enganchado una calavera.
El forense y otro grupo de guardias sacaron lo que había de esqueleto. No tardo mucho en asegurar que se trataba de una mujer joven, no mas de 26 0 27 años. El juez admitió mis palabras y la copia del registro de Vicente y su hijo. Se exhumó la supuesta tumba de Nata y el forense, con mas dificulta por el estado, aseguro que se trataba de una mujer mayor.
Los descendientes que quedaban admitieron las pruebas y se decidió enterrar a Eusebia en su propio ataúd en el panteón y a Nata en el que se suponía suyo. Yo insistí en que se realizara anocheciendo, como ya todos me daban por loco no les extraño y accedieron por ser yo el descubridor. Al introducir el ataúd de Eusebia, mientras las campanas de la iglesia tocaban a muerto y el sol se ocultaba, una lejana pero sonora risa se oyó por todo el valle. Los vecinos se espantaron cada uno por un lado entre gritos nerviosos y carreras alocadas. Yo permanecí tranquilo, me descolgué la medalla y la enganche al asa en el nicho de Juan. “ DE TU MADRE, QUE NUNCA TE OLVIDÓ NI TE OLVIDARA. CON TODO MI AMOR”. Un estruendo anunció que en la torre este de la casona un rayo había caído provocando un vaporoso incendio que destruyó lo que quedaba en poco tiempo. Por fin le había dicho ha su hijo lo que toda la vida deseó.
Dejé el pueblo sin despedirme de nadie, ahora tendría que enfrentarme a mis problemas, ¿problemas?; yo ya no tenia ningún problema.
UNA HISTORIA DE MIEDO (no apta para gente impresionable)
Os voy a contar una historia que me pasó no hace mucho tiempo. Algunos de vosotros no os la creeréis, pero leerla y luego.......luego ya veremos.
Como todos los años en estas fechas, me dirigía a Zamora. Mi abuela insistía que era necesario una gran comida familiar, donde no faltase nadie, para dar fuerza y unión. Sin la familia no eramos nada.
Hacia cinco años que estudiaba en Salamanca, pero no era excusa, así que en este brumoso Noviembre tomé el tren a las ocho de la mañana, me esperaban dieciocho horas en estos incómodos asientos de madera que molían los huesos como si quisieran hacer de ellos harina.
Con mi pequeña bolsa de viaje busqué un departamento vacío en el vagón de cola, la noche anterior no dormí bien, la luna llena siempre me alteraba y la pasé dando vueltas, eso sin contar los nervios por la reunión con los míos, que realmente adoraba. Necesitaba dar una cabezada.
Con el traqueteo, al principio agradable, cerré los ojos y busqué el sueño. Estas nuevas máquinas diésel evitaban los golpes continuos de las antiguas de vapor, lo que agradecí. Dormí varias horas, que pagué con un fuerte dolor de cuerpo que se quejaba de los listones de madera en que se apoyaba.
Salí del departamento paseando por el pasillo. Casi no había nadie, el grueso de la gente subía en Valladolid, con destino a Vigo y La Coruña.
Pasé unas aburridas horas entre cigarrillos mirando el paisaje, mi estómago rugía, desde la noche anterior no le había echado nada. Por fin llegamos a la capital, la estación de Valladolid, al igual que la de Salamanca, bullía de gente y de movimiento de mercancías que iban y venían de todos los puntos.
Entró en mi departamento una dulce muchacha con rizos de oro y largas pestañas que olía a rosas:
-Buenos días
-Buenos días
-¿Esta libre el asiento?
-Todos lo están señorita.........
-Paloma, señorita Paloma Cudillero
-Encantado, soy Eli Carnicero. Puede elegir el que más le guste.
Con finas maneras se tensó en frente mía, cogiendo la ventana. Apoyó sus manos en su regazo mientras miraba al exterior. Los rayos incidían en su tersa y blanca piel haciéndose objeto de mi deseo.
Irrumpió una mujer en el departamento. Llevaba un cesto de mimbre donde se adivinaba un surtido de viandas. Su aspecto denotaba un trabajo de los barrios bajos, hilandera, o quizás lavandera, y sus formas toscas, aunque simpáticas:
-Güenos días señoritos. Si a ustees no les molesta dejaré caé aquí mismo mi cuerpo.
Según lo hacia, otro joven, alto, delgado y con su traje almidonado, bombín, grandes cuellos de camisa y una enorme corbata de la lazo según la moda, entró.
-Buenos días. No esperaba tener la suerte de una compañía tan bella en este viaje
-Gacias señorito, ute si que sabe tratar a una dama y no como el cochino del tabernero.
Paloma y yo reinamos con saña mientras aquel muchacho estirado miraba a la lavandera, que le hacia ojitos, con las mandíbulas apretadas y el ceño fruncido.
-Me llamo Pascual Alonso, soy pasante del abogado Don Luis Erriabieta, voy a Zamora por un pleito.
Sonó el silbato y los voceríos del jefe de estación. Reanudamos la marcha. En las siguientes horas mantuvimos una agradable conversación, única distracción de este lánguido viaje.
La lavandera, cuyo nombre era lo más bonito que tenia, Rosalia, no paró de comer y de beber tintorro de sus interminables reservas, que a mi me acrecentaba el vació estomacal, y a ella la verborrea, resultando un pozo de chistes y chascarrillos.
Se fue echando la noche y los chismorreos empezaron a decaer, Morfeo hacía su trabajo ayudado de las tenues luces del tren y la niebla del páramo que impedía ver el paisaje. Un frenazo despertó y alborotó a todos. Salimos al pasillo intentando ver algo y especulando cual habría sido el motivo. Fueron unos minutos de confusión. El revisor vino a sacarnos de ella.
-No se preocupen señores y señoras. Un buey muerto interrumpía las vías. Gracias a la pericia del conductor no hemos tenido un accidente, pues la visibilidad es nula. Ya lo están retirando.
Mientras terminaba de dar explicaciones el solicito empleado se oyó el silbato de la maquina y la aceleración de los motores. Pero algo pasó. El ruido de las ruedas al marchar era claro, pero nosotros no nos movíamos, y el sonido se alejaba. Todo el mundo empezó a gritar pidiendo una explicación al revisor, este avanzó como pudo abriéndose paso hasta la puerta. Cuando la abrió su cara de sorpresa lo decía todo. ¡Nos habían dejado allí!, el vagón, misteriosamente, se había desenganchado, el convoy se alejaba y nadie nos vio.
-¡Tranquilícense señores!. ¡POR FAVOR!. No tengo ninguna explicación para esto, el vagón lleva dos anclajes de seguridad.
Las preguntas se atropellaban.
-Que nadie tenga miedo, no puede arrollarnos otro tren, por esta vía no pasa otro hasta mañana al medio día, y en dos horas llegara el nuestro a Zamora y se darán cuenta. Nos enviaran una maquina para remolcarnos.
-Nos quedaremos a oscuras en medio de la nada
-¡TRANQUILOS!, cada vagón lleva una batería que se carga para cuando la maquina se apaga no quede a oscuras el resto. Duran bastante. Encenderemos las lamparas de posición exterior para ser visibles cuando vengan. Apagaremos la mayoría del interior. Con eso bastará.
Así se hizo. Se dejó una luz por departamento y se apagaron las del pasillo. El efecto era de aislamiento total. La noche y la bruma dejaba un paisaje ciego, como si estuviéramos en un sueño. Intentaba ver algo por la ventana, cuando me pareció que brillaba en la oscuridad dos ojos, reflejo de la luz del interior.
-¡VIERON ESO!, dijo el pimpollo, tenia más miedo que sorpresa, ¡HA BRILLADO!
La alarma de su voz hizo que Paloma me agarrara el brazo con fuerza, sintiendo su turgente cuerpo contra mí. De inmediato me acordé del vació que tenia en el estómago.
-Puede ser un trozo de metal. Al lado de la vías suele haberlas.
-NO!, esos brillos se movían.
No volvimos a ver nada. La gente se impacientaba según pasaban los minutos. A pesar de las recomendaciones del revisor un grupo de cuatro o cinco paletas bajaron a estirar las piernas. Yo creo que no se fiaban de que viniera otro tren. A los pocos minutos se oyó un profundo alarido que cortó la silenciosa noche como un hacha. Terribles gritos cánidos salieron de todos lados mezclados con los de horror y dolor del resto de los que bajaron. Todo el mundo quedó paralizado de terror mientras aullidos de lobos llenaban el aire.
-¡Cierren todas las puertas!, ¡RÁPIDO!. Aquí no pueden entrar.
A pesar de la tajante orden se tardó un rato por el estupor de todo el mundo. Paloma se pegaba como una recién casada. Pascual temblaba y sudaba sin control, y por primera vez Rosalinda dejó de comer. Todo el pasaje miraba por la ventando intentando ver algo. De vez en cuando se adivinaba un movimiento fuera, pero poco más. La tranquilidad fue volviendo ante el sentimiento de seguridad, hasta que un tremendo golpe sonó en la puerta trasera.
-¡ESTAN INTENTANDO DERRIBARLA!
Cada uno corría y chillaba sin orden ni concierto convirtiendo el vagón en un manicomio. A cada aullido le respondía un coro enloquecido y a cada golpe una carrera sin sentido. Casi inevitablemente un cristal se rompió ante las embestidas, ¡Habían entrado!; vi al pimpollo salir disparado por la puerta delantera, saltó sin pensarlo con las alas que da el miedo; antes de tocar si quiera el suelo un enorme lobo, mucho más grande que una persona, lo atenazó entre sus fauces de una pierna, la sangre brotó como un surtidor empapando su bien almidonada camisa y su enorme corbata. Los ojos se le salían de sus órbitas mientras su cara se desencajaba en un rictus difícil de olvidar. En pocos segundos las diferentes dentelladas que le propinó le segaron el último suspiro de vida y convirtió su cuerpo en un despiece de matadero. Las escenas eran terribles, propias de Dante, los pocos que pudieron salir corrían hundiéndose en la niebla para ser cazados por esos monstruosos seres, ávidos de sangre y vidas, insaciables en su voracidad. Conseguí cerrar la puerta y apoyé la espalda contra ella para que no se pudiera abrir. Abracé a Paloma por la espalda, manteniéndola fuertemente contra mí. Siete lobos avanzaban lentamente, nosotros eramos los últimos. Notaba el corazón de ella pugnando por salirse del corpiño mientras un sudor frió empapaba todas sus ropas, era incapaz de articular palabra. Se pararon a escasos metros, mientras dejaban paso al más grande de ellos; por la actitud y el respeto del resto se notaba que era el líder de la manada. Quedó a un par de pasos de nosotros. El blanco cuello de la aterrorizada chica resaltaba ante mis ojos. Tomé una fuerte bocanada de aire; abrí la boca tanto como pude e hinque mis dientes en su tierna piel. Ni tan siquiera soltó un grito. Solo un suspiro y un ligero estertor. Su sangre caliente resbalaba por mi boca con ese dulzor agrio que tanto molesta a la gente; se desplomó cayendo al suelo. El gran lobo se mantuvo sin inmutarse. Levante mi cara teñida de rojo, goteando. Le sonreí.
-Hola abuela, que ganas tenia de veros a todos. Me encantan estas cenas familiares.
El festín fue maravilloso y por fin pude acallar los rugidos de mi estómago.
Por cierto, me llamo Eli Carnicero, Elicántropo Carnicero y espero verte pronto en alguna noche de luna llena para que me invites a cenar.
ALBERTO EL FLAUTISTA Y EL LEÓN DE LAS NIEVES
(cuento infantil)En un pequeño pueblo nació Alberto. Allí la gente se dedicaba al ganado, a la agricultura y a la artesanía, menos el padre de él, que era el maestro. La mayoría de los niños dedicaban sus juegos a imaginarse caballeros que luchaban contra los malvados invasores, a peleas, a veces de puños, a veces de piedras, a cazar lagartijas ,sapos, y pajarillos, y los más habilidosos, conejos, lo cual era muy aplaudido por sus padres, pues al día siguiente les aseguraba la comida con unas buenas verduras. Pero Alberto era diferente. De inteligencia muy viva, pero no tan fuerte como los otros, ya que al salir de clase no tenía que ayudar a sus padres en las labores. Pedro, el hijo del herrero, con solo doce años, cargaba los sacos de herraduras que forjaba su padre. Antonio cavaba la huerta y cuando era época de siembra manejaba el arado. Y Luis llevaba los borricos de su casa para hacer los transportes. Así que no le gustaba jugar con ellos, pues siempre salía lastimado y se reían de él.
Un día, su padre, viéndole tan aburrido, le regaló una flauta. Se puso muy contento y se pasaba las horas atormentando a su familia ante el horrible sonido que sacaba a ese instrumento. Entonces le regalaron un libro para que aprendiera, y si quería tocar, debía hacerlo en el establo, a pesar del riesgo de que el viejo jumento de su padre se encabritase. De esta manera empezó a aprender sin que nadie le oyese, pero eso no le importaba, él solo quería escuchar esas hermosas melodías que salían de su boca. Los meses fueron pasando, y siguió mejorando.
Empezaba la primavera y le enviaron a por la hogaza de pan. Le fastidiaba mucho, pues ahora casi no salía, desde que se enteraron los otros niños de su afición todo había empeorado, les faltaba tiempo para apedrearle. Llegó a la tahona algo distraído, y al levantar la vista vio un ángel.
-¿Qué quieres muchacho?
-Yo..yo...yo..
-¿Pero te comió la lengua un gato?. Ya sé que eres tú. Te decides, que hay gente esperando.
Alberto no podía despegar la mirada sobre esos hermosos y claros ojos, y la sonrisa franca de esa muchacha.
-Bueno al menos tendrás un nombre
-Al...Al...Al...
-Al, que nombre más corto, jijijiji. Si te decides con el pedido podré continuar con mi trabajo
-Doo..s shogazas de...kilo..por...favor.
-Así me gusta Al, directo y de pocas palabras.
Salió corriendo de la panadería a su casa, con el corazón encabritado y mareado, nunca vio chica más bella, era tan dulce y hermosa......
Los siguientes días se dedicó a espiar, cruzaba veinte veces al día por delante de la tahona, intentando mirarla de reojo. Ella no podía evitar sonreírle, y él se volvía loco. Preguntó a su padre si sabía quién era.
-Se llama Mari Luz, y es la sobrina de Fernando el panadero. Su padre, viudo desde que ella era pequeña, murió el año pasado por las fiebres, y se vino a vivir a principio del invierno con ellos. Por suerte los dos hermanos compartían oficio, así que la chiquilla se encarga del despacho.
Las noches en vela se sucedían uno de tras de otra, contaba las horas que faltaban para que se hiciera de día y poder volver a pasar por delante de su puerta. Las veces que iba a por pan se atascaba igual que la primera vez, pero ella le trataba con la misma simpatía. No conseguía reunir valor para entablar una conversación con ella, así
que se le ocurrió una cosa. Una mañana temprano, cuando ella se levantaba y sus tíos y primos estaban en el horno preparando el pan, iría debajo de la ventana a tocarle una melodía con su flauta. Eso le daría menos vergüenza, y la música no se le atascaría como las palabras.
Era aún de noche cuando salió, todavía hacía fresco, pero con los nervios y la emoción casi ni lo sentía, le había costado la noche entera decidir cuál sería la melodía que la tocaría. Estaba convencido que le gustaría mucho. Se situó debajo de su ventana, esperando que se despertara. Amanecía y aún no había movimiento, la desesperanza empezaba a invadirle, quizás ya estuviera levantada y no se dio cuenta, se decía, cuando una de las hojas de las ventanas se abrió. El corazón le dio un salto, casi se le sale por la boca, Mari Luz se asomaba por ella con la misma cara radiante de todos los días. Salió de su escondite y reuniendo unas fuerzas que le flaqueaban, empezó a tocar su canción. Ella miró hacia abajo y le dedicó una enorme sonrisa, eso le dio seguridad, y cuando sus notas empezaban a sonar más claras sintió un golpe, una peste horrible, y un líquido caliente que le resbalaba desde la cabeza a los pies. No sabía que pasaba.
-jajajajaja,el flautista mugriento
-jajajajaja,haber si te sale así una canción nenaza jajajaja
-¿Qué te parece la sopa? Lleva orín y boñigas de los burros de mi padre. Recientes, para que no te quejes.
-jajajajajaja,ya no hace falta que te escondas, te oleremos por todo el pueblo.
-jajajajajaja
Se dio la vuelta muy asustado y vio a los chicos del pueblo retorcidos de risa. Se miró y comprobó que era cierto lo que le decían. El olor era tan inaguantable que le dio una arcada. La vergüenza se le comía, y sin saber por qué echó a correr. Salió del pueblo y seguía corriendo, tanto que se adentró en sitios por donde nunca había estado. Llego a una gran pradera, por donde cruzaba un arroyo. Se quitó la ropa y se lavó. El agua estaba fría, pero el sol ya calentaba lo suficiente. Se vistió con sus ropas húmedas, pero limpias, y se sentó apoyándose en el tronco de un gran manzano. Allí la vista era preciosa, la pradera, ya cuajada de hermosas flores, terminaba en el linde de un bosque de robles y nogales, al fondo unas grandes montañas que aún guardaban nieve del invierno, ya sus pies, el arroyo vivo y cristalino que acompañaba con susurro enmarcado en sus juncales. Pero nada de esto le calmaba, la sensación de vergüenza había disminuido, pero el dolor que sentía en el corazón...nunca pensó que el amor pudiera doler tanto. Se imaginaba a Mari Luz riéndose a carcajadas por la ocurrencia de esos gamberros, nunca volvería a mirarla a la cara. Las lágrimas le corrían por su cara, cegando su vista. Le dolía la sien y el pecho. Sacó su flauta, y en un intento de consolarse, empezó a tocar, pero ninguna canción conocida, melodías que salían de su tristeza, de su pena, del desamor y la vergüenza. Tocó con sus ojos enturbiados con pasión. Las lágrimas fueron secándose, y con la vista más clara miró hacia arriba, en las ramas de los árboles varias pajarillos prestaban atención a su melodía, al menos a ellos le gusta, pensó. Siguió, y más pájaros fueron posándose en las ramas de al lado. Notó un roce en su pie y dio un pequeño respingo, bajó su vista y vio a dos conejitos, que al igual que los pájaros, le miraban extasiados. No sabía el tiempo que había pasado, y decidió levantarse e irse a casa. Iba mirando al suelo, con el corazón encogido, mientras los animales mantenían el silencio, seguramente notando la pena de Alberto.
Desde aquel día, todas las tardes, se iba a ese rincón de paraíso, a tocar sus tristes melodías. La única diferencia es que, tarde tras tarde, los animales iban creciendo en número, formando todo un auditorio. No solo canarios, jilgueros y verderones como el primer día, también palomas torcaces, milanos, búhos y lechuzas, águilas y halcones. A los conejos se le sumaron ardillas y ratones, tejones, hurones, liebres, sapos y ranas. Llegaron ciervos, gamos y hasta el inquieto corzo. Zorros, lobos y linces completaron el grupo. Cuando iba llegando, se acercaban en silencio y tomaban sitio, sin el más mínimo ruido, y ninguno se movía hasta que terminaba su concierto, las más hermosas notas que nunca escucharán.
Desde que llegó al pueblo, Mari Luz, estaba muy triste. Quería mucho a su padre, y su muerte la llenó de pena y dolor. El cambio de pueblo no la ayudó. Aunque sus tíos y sus primos la trataban como si fuera uno más, no podían sustituir el cariño y el amor de su padre. Era un hombre más culto que su tío, y siempre la fomentó que leyera mucho. La encantaban los libros de viajes, dramas, de amor, de aventuras, pero sobre todo la poesía.
Miraba al final del mar
y tus ojos fueron mi horizonte
navegué en tus recuerdos de polizonte
para mi amor poder calmar.
Cada vez que recordaba esos versos suspiraba sin poderlo evitar. Los chicos del pueblo eran todos una pandilla de burros, y a ninguno veía que le gustara, hasta que apareció Alberto. Enseguida comprendió que era un muchacho inteligente y sensible, además, era el hijo del maestro, seguro que con él pasaría momentos inolvidables, la lástima era su timidez. El día que le vio debajo de su ventana le alegró el corazón, la primera alegría en muchos tristes meses, y esos gamberros le hicieron eso...con gusto les hubiera estampado alguna de sus macetas en la cabeza. El pobre Alberto salió corriendo y hacía semanas que no le veía. Estaba muy preocupada, así que decidió hacer algo, al igual que él, se apostó delante de su puerta y decidió seguirle.
Poco tiempo después de comer salió, y cogiendo la vereda de las higueras se fue alejando del pueblo, le seguía desde lejos para no ser descubierta. Según se alejaba más y más la intriga iba en aumento. ¿A donde se dirigía tan lejos? Sus pasos eran mucho más largos y ligeros que los de ella, y el cansancio empezaba a hacer mella. Por fin le vio sentarse debajo de un gran manzano, a los pies de un arroyo, y se agazapó tras una roca. De repente, la más hermosa melodía que sus oídos jamás escucharan sonó en la gran pradera. Fue como un éxtasis, irresistiblemente se asomó y con el mayor delos asombros vio como un sin fin de animales le rodeaban tan extasiados como ella. Sin poder evitarlo avanzó hacia él. Ningún animal se movía, ni parecía importarle. Comprobó que unas enormes lágrimas corrían por sus mejillas, y por eso no la veía. Quedó frente a él y en ese momento la vio. Su flauta quedó muda, y su boca abierta. Ella sintió la mayor de las ternuras, ¿o quizás era algo más?, y le sonrió. Se sacó un pañuelo de su bolsillo y le secó las lágrimas. De la incredulidad, pasó a la mayor de las felicidades. Se puso de pié y empezó de nuevo a tocar, pero esta vez, era tan alegre la melodía, que todos los animales empezaron asaltar y brincar, también Mari Luz, y del tremendo silencio se pasó a una algarabía que llenaba toda la pradera como si fuera un día de fiesta. Cuando acabó el concierto volvieron al pueblo agarrados de la mano, hablando y hablando sin parar.
El pueblo andaba alterado. El invierno había empezado y las fuertes nevadas y el intenso frío se apropió de todo, y eso les aterraba a todos, pues significaba una cosa, el león de las nieves, un enorme y terrible animal que no soportaba el calor, así que los años normales en que la nieve y el frío se quedaban en las montañas, no había problemas, pero los intensos inviernos como ése, podía bajar al mismo pueblo, no solo atacaba el ganado, si no que le gustaba secuestrar a personas, que llevaba a su guarida, sin que nadie supiera nada más de ellas. Se creaban patrullas para vigilar, pero poco se podía hacer contra ese fiero animal, nada lo detenía.
Una mañana de enero, muy temprano, sonó con un fuerte repicar la campana. Todos los vecinos salieron temiéndose lo peor, y efectivamente, así fue.
-¿Qué ha pasado?
-No sé, ¿Alguien lo sabe?
-¡EL LEÓN DE LAS NIEVES HA ESTADO AQUÍ ESTA NOCHE!
Todo el mundo se quedó paralizado del miedo, un pavor del que era imposible escapar.
-¿Y qué ha hecho?, preguntó el más valiente.
-Ha matado varias vacas, ovejas y burros, pero lo peor es que ha secuestrado a una chica.
-¿A quién?, se oía entre susurros temblorosos.
-¡A Mari Luz!, la sobrina del panadero.
A Alberto se le paro el mundo, el los últimos meses vivía en una nube de felicidad, y de repente todo se desplomaba. Solo dudó unos momentos y salió al centro de la plaza, todos le miraban con asombro.
-¡Yo voy a rescatarla! ¿Quien viene conmigo?
Todas los ojos miraron al suelo. Esos muchachos tan valientes y arrogantes que jugaban a caballeros, que peleaban tan bien, y que tanto se divertían con los chicos indefensos, se escurrían entre los paisanos intentando pasar desapercibidos. Alberto se acercó al fanfarrón que le estampó, hacia unos meses, los restos del estercolero. Tanto se arrugó, y tanto miedo le vio en la cara que le dio hasta pena. Su padre intentó pararlo con un amago de protesta, pero tanta determinación y seguridad vio en los ojos de su hijo que desistió, se estaba convirtiendo en un hombre y poco podía hacer ya. Cargó una pequeña mochila con provisiones, un grueso abrigo de pieles para el frío, gorro, guantes y su inseparable flauta. Su padre le ofreció una vieja espada, roñosa y sin filo, que yacía en el fondo de un viejo baúl hacía ya una barbaridad de años, la rechazó, nada podría el hacer con esa arma contra el terrible monstruo, solo su inteligencia podría salvarle, en su lugar cogió un bastón para ayudarse en su caminar.
Durante el primer día no paró de nevar, y guiaba sus pasos una pequeña brújula, siempre hacia el norte, le dijeron, al pie de la gran montaña, en esas cuevas tiene su guarida. La caminata parecía no tener fin, día tras día. A la semana se veía al fondo la gran montaña, pero parecía no alcanzarla nunca. Pasaban los días, y sus reservas se acababan, allí no había nada de lo que vivir, Mari Luz perecería en las fauces del león sin que hubiera podido rescatarla, bueno, intentarlo. Se paró cabizbajo, la desesperanza invadía su ánimo. Se sentó en el suelo exhausto, con el dedo empezó a seguir el contorno de una hendidura en el suelo, distraído, cuando se levantó sus ojos se abrieron de par en par, no era un dibujo caprichoso en el suelo lo que había seguido con su dedo en el suelo, ¡era la huella del León de las Nieves!. Se había sentado en la huella de su pie, ¡Tenía que ser enorme! En vez de miedo, la terrible visión, le dio ánimos. Si la huella estaba ahí a pesar de que nevaba de vez en cuando es que la fiera andaba cerca. Aceleró su marcha todo lo que pudo intentando encontrar más huellas.
Un terrible rugido salió de una caverna, hizo temblar toda la montaña. Un pequeño alud cayó con peligro de dejarle enterrado en la nieve. Alberto entró con el mayor de los sigilos, suelo y paredes estaban cubiertos de un resbaladizo hielo que le impedía mantener bien el equilibrio. Un vuelco le dio el corazón al ver a Mari Luz en un saliente de la pared, muy alta, rodeada de un enorme abismo. Se alzó para intentar ver mejor la situación, cuando, en el fondo de la cueva, se asomó el León. ¡Era enorme!, más grande que un caballo, fuerte y musculoso, los colmillos sobresalían de su boca como dos sables, y sus ojos brillaban con un color de sangre. Con su solo ronroneo, a Alberto, le retumbaba su estómago. Se dedicaba a moverse al rededor del foso, deleitándose en la belleza de su víctima, que yacía en el suelo, comida por la desesperanza. Después de tantos días en su poder, nada esperaba, salvo la muerte.
Sin respirar por no hacer ruido, se encaramo a un altillo, donde podría ver mejor sin descubrirse. En el tramo final, una pequeña esquirla de hielo se desprendió bajo la presión de su bota, haciendo un pequeño ruido. El fino oído de la bestia le alertó, girándose hacía donde estaba él. Se agachó para esconderse, fueron unos minutos angustiosos. Por fin, levantó la cabeza y pudo ver que la fiera entraba de nuevo al fondo de la cueva. Intentó averiguar cómo sacar a Mari Luz de la trampa donde estaba, pero no encontró la forma. Era un saliente en la pared que no tendría más de siete u ocho pasos de largo por otros tantos de ancho, rodeado de una pared de hielo con una distancia de al menos veinte pasos, sin puente ni forma de pasar. Seguro que el León llegaría de un salto, y así dejaría a su víctima, pero para una persona sería imposible. Llevaba una cuerda de varios metros en su mochila, pero en el hielo no tendría donde sujetarla. Agudizó la vista, vio un saliente en la pared donde podría enganchar la cuerda para, balanceándose, llegar junto a ella. Empezó a preparar un nudo corredizo en un extremo de la cuerda, hasta ahí era fácil, el problema era lanzarlo y acertar en el saliente, nunca lo había intentado. Se quitó la mochila para facilitar la maniobra, y se ató, el otro extremo, a la cintura. Cuando estaba terminando sintió un aire caliente en la nuca, se giró rápido y vio a la bestia que se abalanzaba sobre él, el aire caliente era su aliento. Pegó un salto, la zarpa le pasó rozando, y en su caída, destrozó el montículo. Corrió todo lo que pudo, resbalando por el hielo, seguido por el León, empeñado en destrozarle. Por suerte, al ser pequeño, se iba metiendo entre columnas y grietas en el hielo, que se iban destrozando con cada terrible zarpazo que soltaba su perseguidor. Se le iba acabando donde escapar, y una grieta le dirigió hacia un lado de la cueva. Salió y se dio cuenta de que no tenía escapatoria, su enemigo también. Miró a su amor, que observaba la escena con las manos en el pecho y los ojos y boca abiertos desmesuradamente. El León avanzaba despacio, recreándose en su merienda. Cuando apenas le separaban unos metros Alberto pensó que no podía dejar que Mari Luz viera como le destrozaba...y se le ocurrió una idea. Se lanzó por el lateral dela alta pista de hielo por donde había salido. Se dirigía directo al abismo, pero lejos de dejarse llevar, agitó su cuerda, tomando velocidad el nudo corredizo según bajaba, cada vez más deprisa. A pocos pasos de caer, lanzó su cuerda con todas las fuerzas que pudo,enganchándose al saliente que poco antes viera. Cuando el suelo le faltó, en vez de caer, se balanceó hacia el saliente, chocando con Mari Luz.
Le recibió con un abrazo y un beso, el primer beso que le daba en sus labios. “Solo por esto merece la pena haber venido a morir” pensó. El León rugía enfadado, ninguna tormenta, por fuerte que fuera, podía compararse con ese infernal ruido. Empezó a pasear por la plataforma de hielo alrededor del saliente. Seguramente estaba pensando si saltar y devorarlos a los dos, ya sin más escapatoria, o dejarles que se congelasen allí. Mari Luz temblaba de miedo, de la apatía de sus días de encierro pasó al terror de ver morir a su amado. Alberto, que no sabía qué hacer para calmarla, sacó su flauta y empezó a tocar, pensó que esa sería la última vez que podría hacerlo, y quería enseñarla todo el amor que sentía por ella. La más hermosa melodía de amor que se oyó en la historia empezó a sonar. El corazón de Mari Luz se derretía por él. Mientras tanto el León rugía y se agitaba como si le estuvieran poniendo hierros candentes. Nada paraba la melodía, que como si se tratase de un nuevo amanecer, invadía todo y lo llenaba de esas mágicas notas. De repente, el plomizo y oscuro cielo, que llevaba generaciones en un invierno perenne, se empezó a abrir. El sol se abrió paso entre los eternos hielos, calentando esa inhóspita región. La cueva se iluminó a través de los agujeros por donde, antes, entraba la nieve. El amor de esa melodía había vencido al invierno, dando paso a una desconocida primavera. La bestia aullaba como un cachorro enfermo, tumbada en el suelo, agotada de su agonía. El calor, que entraba por todos los lados, empezó a derretir el hielo velozmente. La placa donde se agitaba la bestia, al perder consistencia y ante el enorme peso que soportaba, se desplomó hacia el abismo. La fiera, en su último intento por sobrevivir clavó su terrible zarpa en la roca, quedó colgado por unos instantes de ella, pero fue inútil, la roca se partió y el León siguió el mismo camino que la placa de hielo, lo único que quedó fue una de las uñas de su zarpa partida sobre la grieta del duro granito.
En el pueblo estaban sorprendidos. Hacía unos días se oyeron unos ruidos tremendos que venían de la profunda cordillera. Esa noche nadie durmió, el miedo se apoderó de todos los hogares, nada bueno podía venir de ese infernal sitio, donde habitaban los seres más salvajes, y donde el invierno era el rey. Al día siguiente se sorprendieron todavía más, al comprobar que la nieve que cubría las calles del pueblo se empezaba a derretir por un calor excesivo para ese mes de enero. Al día siguiente tuvieron que dejar los abrigos en casa, y al otro pudieron comprobar estupefactos, como empezaban a salir las primeras flores. Nadie entendía nada, la primavera en pleno invierno. De eso hacía diez días y la profunda cordillera había perdido toda la nieve, cosa de locos...La campana empezó a tañer con fuerza, los paisanos se agolparon en la plaza sin saber que pasaba...un enorme ciervo con los astados más grandes que uno pueda imaginar, presidia un extraño desfile, todo tipo de animales, con aire marcial, desfilaban delante de los incrédulos habitantes, que con la boca abierta, miraban el espectáculo. Al lado de los conejos iban los zorros, de los gamos los zorros, de los jilgueros los linces, jabalís junto a búhos, ranas y cigüeñas...y al final de todos ellos aparecieron agarrados de la mano Mari Luz y Alberto. Todos daban por muertos a ambos, y a nadie le pasó inadvertido la enorme uña de una garra que llevaba colgado en el cuello Alberto.
En ese pueblo, que todo el mundo conoció como Melodía, nunca más llegó el invierno, siempre estaba cubierto de flores, y se hizo muy , pero muy famoso, por ser el sitio donde se hacían las mejores flautas del mundo.
Una mañana de enero, muy temprano, sonó con un fuerte repicar la campana. Todos los vecinos salieron temiéndose lo peor, y efectivamente, así fue.
-¿Qué ha pasado?
-No sé, ¿Alguien lo sabe?
-¡EL LEÓN DE LAS NIEVES HA ESTADO AQUÍ ESTA NOCHE!
Todo el mundo se quedó paralizado del miedo, un pavor del que era imposible escapar.
-¿Y qué ha hecho?, preguntó el más valiente.
-Ha matado varias vacas, ovejas y burros, pero lo peor es que ha secuestrado a una chica.
-¿A quién?, se oía entre susurros temblorosos.
-¡A Mari Luz!, la sobrina del panadero.
A Alberto se le paro el mundo, el los últimos meses vivía en una nube de felicidad, y de repente todo se desplomaba. Solo dudó unos momentos y salió al centro de la plaza, todos le miraban con asombro.
-¡Yo voy a rescatarla! ¿Quien viene conmigo?
Todas los ojos miraron al suelo. Esos muchachos tan valientes y arrogantes que jugaban a caballeros, que peleaban tan bien, y que tanto se divertían con los chicos indefensos, se escurrían entre los paisanos intentando pasar desapercibidos. Alberto se acercó al fanfarrón que le estampó, hacia unos meses, los restos del estercolero. Tanto se arrugó, y tanto miedo le vio en la cara que le dio hasta pena. Su padre intentó pararlo con un amago de protesta, pero tanta determinación y seguridad vio en los ojos de su hijo que desistió, se estaba convirtiendo en un hombre y poco podía hacer ya. Cargó una pequeña mochila con provisiones, un grueso abrigo de pieles para el frío, gorro, guantes y su inseparable flauta. Su padre le ofreció una vieja espada, roñosa y sin filo, que yacía en el fondo de un viejo baúl hacía ya una barbaridad de años, la rechazó, nada podría el hacer con esa arma contra el terrible monstruo, solo su inteligencia podría salvarle, en su lugar cogió un bastón para ayudarse en su caminar.
Durante el primer día no paró de nevar, y guiaba sus pasos una pequeña brújula, siempre hacia el norte, le dijeron, al pie de la gran montaña, en esas cuevas tiene su guarida. La caminata parecía no tener fin, día tras día. A la semana se veía al fondo la gran montaña, pero parecía no alcanzarla nunca. Pasaban los días, y sus reservas se acababan, allí no había nada de lo que vivir, Mari Luz perecería en las fauces del león sin que hubiera podido rescatarla, bueno, intentarlo. Se paró cabizbajo, la desesperanza invadía su ánimo. Se sentó en el suelo exhausto, con el dedo empezó a seguir el contorno de una hendidura en el suelo, distraído, cuando se levantó sus ojos se abrieron de par en par, no era un dibujo caprichoso en el suelo lo que había seguido con su dedo en el suelo, ¡era la huella del León de las Nieves!. Se había sentado en la huella de su pie, ¡Tenía que ser enorme! En vez de miedo, la terrible visión, le dio ánimos. Si la huella estaba ahí a pesar de que nevaba de vez en cuando es que la fiera andaba cerca. Aceleró su marcha todo lo que pudo intentando encontrar más huellas.
Un terrible rugido salió de una caverna, hizo temblar toda la montaña. Un pequeño alud cayó con peligro de dejarle enterrado en la nieve. Alberto entró con el mayor de los sigilos, suelo y paredes estaban cubiertos de un resbaladizo hielo que le impedía mantener bien el equilibrio. Un vuelco le dio el corazón al ver a Mari Luz en un saliente de la pared, muy alta, rodeada de un enorme abismo. Se alzó para intentar ver mejor la situación, cuando, en el fondo de la cueva, se asomó el León. ¡Era enorme!, más grande que un caballo, fuerte y musculoso, los colmillos sobresalían de su boca como dos sables, y sus ojos brillaban con un color de sangre. Con su solo ronroneo, a Alberto, le retumbaba su estómago. Se dedicaba a moverse al rededor del foso, deleitándose en la belleza de su víctima, que yacía en el suelo, comida por la desesperanza. Después de tantos días en su poder, nada esperaba, salvo la muerte.
Sin respirar por no hacer ruido, se encaramo a un altillo, donde podría ver mejor sin descubrirse. En el tramo final, una pequeña esquirla de hielo se desprendió bajo la presión de su bota, haciendo un pequeño ruido. El fino oído de la bestia le alertó, girándose hacía donde estaba él. Se agachó para esconderse, fueron unos minutos angustiosos. Por fin, levantó la cabeza y pudo ver que la fiera entraba de nuevo al fondo de la cueva. Intentó averiguar cómo sacar a Mari Luz de la trampa donde estaba, pero no encontró la forma. Era un saliente en la pared que no tendría más de siete u ocho pasos de largo por otros tantos de ancho, rodeado de una pared de hielo con una distancia de al menos veinte pasos, sin puente ni forma de pasar. Seguro que el León llegaría de un salto, y así dejaría a su víctima, pero para una persona sería imposible. Llevaba una cuerda de varios metros en su mochila, pero en el hielo no tendría donde sujetarla. Agudizó la vista, vio un saliente en la pared donde podría enganchar la cuerda para, balanceándose, llegar junto a ella. Empezó a preparar un nudo corredizo en un extremo de la cuerda, hasta ahí era fácil, el problema era lanzarlo y acertar en el saliente, nunca lo había intentado. Se quitó la mochila para facilitar la maniobra, y se ató, el otro extremo, a la cintura. Cuando estaba terminando sintió un aire caliente en la nuca, se giró rápido y vio a la bestia que se abalanzaba sobre él, el aire caliente era su aliento. Pegó un salto, la zarpa le pasó rozando, y en su caída, destrozó el montículo. Corrió todo lo que pudo, resbalando por el hielo, seguido por el León, empeñado en destrozarle. Por suerte, al ser pequeño, se iba metiendo entre columnas y grietas en el hielo, que se iban destrozando con cada terrible zarpazo que soltaba su perseguidor. Se le iba acabando donde escapar, y una grieta le dirigió hacia un lado de la cueva. Salió y se dio cuenta de que no tenía escapatoria, su enemigo también. Miró a su amor, que observaba la escena con las manos en el pecho y los ojos y boca abiertos desmesuradamente. El León avanzaba despacio, recreándose en su merienda. Cuando apenas le separaban unos metros Alberto pensó que no podía dejar que Mari Luz viera como le destrozaba...y se le ocurrió una idea. Se lanzó por el lateral dela alta pista de hielo por donde había salido. Se dirigía directo al abismo, pero lejos de dejarse llevar, agitó su cuerda, tomando velocidad el nudo corredizo según bajaba, cada vez más deprisa. A pocos pasos de caer, lanzó su cuerda con todas las fuerzas que pudo,enganchándose al saliente que poco antes viera. Cuando el suelo le faltó, en vez de caer, se balanceó hacia el saliente, chocando con Mari Luz.
Le recibió con un abrazo y un beso, el primer beso que le daba en sus labios. “Solo por esto merece la pena haber venido a morir” pensó. El León rugía enfadado, ninguna tormenta, por fuerte que fuera, podía compararse con ese infernal ruido. Empezó a pasear por la plataforma de hielo alrededor del saliente. Seguramente estaba pensando si saltar y devorarlos a los dos, ya sin más escapatoria, o dejarles que se congelasen allí. Mari Luz temblaba de miedo, de la apatía de sus días de encierro pasó al terror de ver morir a su amado. Alberto, que no sabía qué hacer para calmarla, sacó su flauta y empezó a tocar, pensó que esa sería la última vez que podría hacerlo, y quería enseñarla todo el amor que sentía por ella. La más hermosa melodía de amor que se oyó en la historia empezó a sonar. El corazón de Mari Luz se derretía por él. Mientras tanto el León rugía y se agitaba como si le estuvieran poniendo hierros candentes. Nada paraba la melodía, que como si se tratase de un nuevo amanecer, invadía todo y lo llenaba de esas mágicas notas. De repente, el plomizo y oscuro cielo, que llevaba generaciones en un invierno perenne, se empezó a abrir. El sol se abrió paso entre los eternos hielos, calentando esa inhóspita región. La cueva se iluminó a través de los agujeros por donde, antes, entraba la nieve. El amor de esa melodía había vencido al invierno, dando paso a una desconocida primavera. La bestia aullaba como un cachorro enfermo, tumbada en el suelo, agotada de su agonía. El calor, que entraba por todos los lados, empezó a derretir el hielo velozmente. La placa donde se agitaba la bestia, al perder consistencia y ante el enorme peso que soportaba, se desplomó hacia el abismo. La fiera, en su último intento por sobrevivir clavó su terrible zarpa en la roca, quedó colgado por unos instantes de ella, pero fue inútil, la roca se partió y el León siguió el mismo camino que la placa de hielo, lo único que quedó fue una de las uñas de su zarpa partida sobre la grieta del duro granito.
En el pueblo estaban sorprendidos. Hacía unos días se oyeron unos ruidos tremendos que venían de la profunda cordillera. Esa noche nadie durmió, el miedo se apoderó de todos los hogares, nada bueno podía venir de ese infernal sitio, donde habitaban los seres más salvajes, y donde el invierno era el rey. Al día siguiente se sorprendieron todavía más, al comprobar que la nieve que cubría las calles del pueblo se empezaba a derretir por un calor excesivo para ese mes de enero. Al día siguiente tuvieron que dejar los abrigos en casa, y al otro pudieron comprobar estupefactos, como empezaban a salir las primeras flores. Nadie entendía nada, la primavera en pleno invierno. De eso hacía diez días y la profunda cordillera había perdido toda la nieve, cosa de locos...La campana empezó a tañer con fuerza, los paisanos se agolparon en la plaza sin saber que pasaba...un enorme ciervo con los astados más grandes que uno pueda imaginar, presidia un extraño desfile, todo tipo de animales, con aire marcial, desfilaban delante de los incrédulos habitantes, que con la boca abierta, miraban el espectáculo. Al lado de los conejos iban los zorros, de los gamos los zorros, de los jilgueros los linces, jabalís junto a búhos, ranas y cigüeñas...y al final de todos ellos aparecieron agarrados de la mano Mari Luz y Alberto. Todos daban por muertos a ambos, y a nadie le pasó inadvertido la enorme uña de una garra que llevaba colgado en el cuello Alberto.
En ese pueblo, que todo el mundo conoció como Melodía, nunca más llegó el invierno, siempre estaba cubierto de flores, y se hizo muy , pero muy famoso, por ser el sitio donde se hacían las mejores flautas del mundo.
LOS FLAUTINES MÁGICOS Y EL FUEGO NEGRO (cuento infantil)
Alberto y Mari Luz eran muy felices, habían sido bendecidos con dos hijos mellizos, chico y chica. Él se parecía a su padre, algo pelirrojo, delgado, alto, y le llamaron Gonzalo. Ella tenia esos ojos de cielo y el cabello rubio y ensortijado de su madre, y la llamaron Sandra. Cuando tenían dos años Alberto les fabricó unas pequeñas flautas, para que sus cortos dedos llegaran a los agujeros. Les empezó a enseñar, y en pocos meses les sorprendió en su habitación rodeados de pájaros , que trinaban y volaban al son de una alegre melodía. No solo heredaron el don de su padre, además podían hablar con ellos.
Fueron creciendo, sin separarse jamás uno del otro. No solían jugar con otros niños, pues se asustaban de sus poderes, así que los anímales eran sus compañeros de juegos, en especial dos, una inquieta y enérgica ardilla a la que llamaban Soca, y un escurridizo hurón al que llamaban Teco. Una tarde, como tantas otras, fueron al bosque a jugar, y empezaron a tocar sus flautines esperando la llegada de sus compañeros. Nadie venía, cosa que les extrañó mucho, y tocaron y tocaron sin el menor resultado. De repente, un blanco caballo alado con un cuerno en la frente apareció en el cielo , se asustaron mucho, pues nunca vieron un animal semejante, y salieron corriendo a su casa a toda velocidad.
Alberto miraba por la ventana cuando Mari Luz le abrazó por la espalda.
-¿Qué te pasa cariño? Te veo con cara de preocupación.
-Son esas nubes negras.
-Se estará preparando para llover.
-Pero tan negras...desde que trajimos la primavera a Melodía no nos a abandonado, y esas nubes...me parecen distintas.
-No te preocupes, no pasará nada.
-Eso espero. Voy ha hablar con los niños un momento.
Subió a su habitación. Le extrañó tanto silencio, normalmente el ruido de sus juegos invadía toda la casa. Al abrir la puerta les vio leyendo uno de los libros que su abuelo les regalaba.
-¿Qué leéis niños?
-Un libro sobre animales papá.
-Escuchad, en unos días no quiero que vayáis solos al bosque.
-Pero papá...
-¡No! Nada de protestas. Podéis jugar con Soca y Teco y los animales que se acerquen, pero no quiero perderos de vista, y si os llamo venís corriendo, ¿entendido?.
-Si papá, dijeron al unísono sin mucho convencimiento.
No eran malos chicos, y tampoco desobedientes, pero podía más su curiosidad que su voluntad. Llevaban una semana sin ir al bosque, y no conseguían encontrar ningún libro donde se reflejara ese maravilloso caballo que vieron, así que...Llegaron a la misma pradera, miraban al cielo mientras tocaban sus flautines esperando ver al fabuloso animal.
-Hola, llevo toda la semana esperando que regresarais.
A sus espaldas sonó la voz y dieron un salto. Soca salió disparada hacia los árboles del bosque y Teco se escondió en la talega de Gonzalo.
-No os asustéis, por favor, no quiero haceros ningún daño.
-¿Quién eres? Pregunto Sandra con la voz temblorosa.
-Me llamo Airis, y soy un Declón. Necesito la ayuda de vuestro padre.
-Ahora estará en casa, si quieres vamos a verle.
-Subir a mi grupa, os llevaré galopando.
Nunca habían galopado a lomos de un corcel, para ellos era una experiencia increíble, parecía que ningún obstáculo era lo bastante alto para parar su carrera. Un rayo cruzo el grisáceo cielo y el Declón se paró en seco. Miraba el cielo nervioso y con los belfos hinchados.
-¿Te dan miedo los rayos?
-Eso no era un rayo normal.
Sin explicar más reanudó su carrera con todo su ímpetu, en apenas unos minutos llegaron a la casa.
-¡Papá!, ¡Mamá! ¿donde estáis?
El silencio fue la respuesta. Entraron a la casa y vieron a su madre tendida en el suelo, un intenso olor a azufre dañaba el olfato.
-¡Mamá, mamá! ¿que te pasa?
La intentaron reanimar sin que diera ningún resultado, parecía dormida.
-No sigáis intentándolo chicos, la han hechizado con el sueño eterno.
-¿Sueño eterno?, ¿qué es eso?
-Me temo que no llegué a tiempo. Os debo contar una historia....
“Hace muchos, muchos años, cuando la tierra se creó, nacimos los Declon. Solo séis parejas, tres en el hemisferio norte, y tres en el hemisferio sur. Su cometido era cuidar del equilibrio en este joven mundo, que los vientos soplaran con orden, que las estaciones se siguiesen sin descanso, que las lluvias regasen la tierra y llenasen los ríos, y que ningún poder oculto rompiese este ritmo. Cada cien años, en el solsticio de invierno, la pareja tiene un hijo, cuatro años y medio después, en el solsticio de verano, una hija. En el cuerno de ella recae toda la magia y el poder, tanto el de sus padres, como el que compartirá con su hermano. Con el último resquicio de magia que queda en los padres, viajan hasta Casiopea, la estrella con la que se formó nuestros cuernos, allí ya solo les queda disfrutar de su larga vida al lado de sus congéneres”.
-Que bonita historia, dijo Sandra, pero no entiendo que tiene que ver con mis padres.
-Hace largos años, Eleran, un bondadoso mago, tomó a su servicio a un inteligente y avispado joven, Yortan, a quien le enseñó la magia blanca, todo para curar y ayudar a los demás, pero a Yortan no le bastó. Hechizó a su maestro y le sonsacó todos sus conocimientos, los cuales era muchos, y con ellos empezó a practicar magia negra. Por suerte le detuvimos a tiempo y le enviamos a un lugar apartado, donde no pudiera hacer daño a nadie. No dejábamos de vigilarle, pero parecía que tan solo hacía pequeñas cosas, conocer el poder de luz de las luciérnagas, o el de las salamandras para camuflarse y cambiar de aspecto, o el de las palomas para orientarse sin perderse nunca, cosas que no nos parecieron peligrosas...pero nos engañaba.
-Nunca conocimos a nadie tan malo, ¿a que no Sandra?
-A Ténari, mi mujer, y a mí se nos acaba nuestro tiempo, y hace cuatro años tuvimos a nuestro hijo, Lerián. Y dentro de dos semanas, en el solsticio de verano, a nuestra hija.
-Entonces seréis muy felices.
-No, por que Ténari esta prisionera en el castillo de Yortan. Hace un mes nos tendió una trampa, es cuando nos dimos cuenta del enorme poder que había adquirido. Solo nos dejaba ver lo que le interesaba, nos engañó.
-¿Pero qué tiene que ver mi padre?, sigo sin entenderlo.
-Quiere robarle su don.
-¿Pero para qué?
-Cuando nazca mi hija la matará y le arrancará el cuerno. De él hará una flauta, y con el poder de tu padre extenderá todo su mal y dominio por el mundo, viajando la música con los vientos del norte.
Los chicos se quedaron estupefactos, vieron como a Airis le resbalaba una lágrima por la mejilla.
-¿A mi madre le puedes salvar?
-No Gonzalo, el sueño profundo solo se romperá si Yortan pierde los poderes. Él sabe en todo momento donde estoy, mi magia me delata, por eso no me acercaba a tu padre e intentaba avisarle a través vuestro, pero se ha adelantado.
-¿Eso significa que si Yortan no pierde sus poderes ni mi padre ni mi madre sobrevivirán?
-Si Sandra, así es.
Los dos chicos se miraron, no hacía faltar decir nada.
-Ayúdanos a llevar a mi madre con nuestro abuelo para que la cuide, luego iremos contigo para intentar salvarlos.
Fueron creciendo, sin separarse jamás uno del otro. No solían jugar con otros niños, pues se asustaban de sus poderes, así que los anímales eran sus compañeros de juegos, en especial dos, una inquieta y enérgica ardilla a la que llamaban Soca, y un escurridizo hurón al que llamaban Teco. Una tarde, como tantas otras, fueron al bosque a jugar, y empezaron a tocar sus flautines esperando la llegada de sus compañeros. Nadie venía, cosa que les extrañó mucho, y tocaron y tocaron sin el menor resultado. De repente, un blanco caballo alado con un cuerno en la frente apareció en el cielo , se asustaron mucho, pues nunca vieron un animal semejante, y salieron corriendo a su casa a toda velocidad.
Alberto miraba por la ventana cuando Mari Luz le abrazó por la espalda.
-¿Qué te pasa cariño? Te veo con cara de preocupación.
-Son esas nubes negras.
-Se estará preparando para llover.
-Pero tan negras...desde que trajimos la primavera a Melodía no nos a abandonado, y esas nubes...me parecen distintas.
-No te preocupes, no pasará nada.
-Eso espero. Voy ha hablar con los niños un momento.
Subió a su habitación. Le extrañó tanto silencio, normalmente el ruido de sus juegos invadía toda la casa. Al abrir la puerta les vio leyendo uno de los libros que su abuelo les regalaba.
-¿Qué leéis niños?
-Un libro sobre animales papá.
-Escuchad, en unos días no quiero que vayáis solos al bosque.
-Pero papá...
-¡No! Nada de protestas. Podéis jugar con Soca y Teco y los animales que se acerquen, pero no quiero perderos de vista, y si os llamo venís corriendo, ¿entendido?.
-Si papá, dijeron al unísono sin mucho convencimiento.
No eran malos chicos, y tampoco desobedientes, pero podía más su curiosidad que su voluntad. Llevaban una semana sin ir al bosque, y no conseguían encontrar ningún libro donde se reflejara ese maravilloso caballo que vieron, así que...Llegaron a la misma pradera, miraban al cielo mientras tocaban sus flautines esperando ver al fabuloso animal.
-Hola, llevo toda la semana esperando que regresarais.
A sus espaldas sonó la voz y dieron un salto. Soca salió disparada hacia los árboles del bosque y Teco se escondió en la talega de Gonzalo.
-No os asustéis, por favor, no quiero haceros ningún daño.
-¿Quién eres? Pregunto Sandra con la voz temblorosa.
-Me llamo Airis, y soy un Declón. Necesito la ayuda de vuestro padre.
-Ahora estará en casa, si quieres vamos a verle.
-Subir a mi grupa, os llevaré galopando.
Nunca habían galopado a lomos de un corcel, para ellos era una experiencia increíble, parecía que ningún obstáculo era lo bastante alto para parar su carrera. Un rayo cruzo el grisáceo cielo y el Declón se paró en seco. Miraba el cielo nervioso y con los belfos hinchados.
-¿Te dan miedo los rayos?
-Eso no era un rayo normal.
Sin explicar más reanudó su carrera con todo su ímpetu, en apenas unos minutos llegaron a la casa.
-¡Papá!, ¡Mamá! ¿donde estáis?
El silencio fue la respuesta. Entraron a la casa y vieron a su madre tendida en el suelo, un intenso olor a azufre dañaba el olfato.
-¡Mamá, mamá! ¿que te pasa?
La intentaron reanimar sin que diera ningún resultado, parecía dormida.
-No sigáis intentándolo chicos, la han hechizado con el sueño eterno.
-¿Sueño eterno?, ¿qué es eso?
-Me temo que no llegué a tiempo. Os debo contar una historia....
“Hace muchos, muchos años, cuando la tierra se creó, nacimos los Declon. Solo séis parejas, tres en el hemisferio norte, y tres en el hemisferio sur. Su cometido era cuidar del equilibrio en este joven mundo, que los vientos soplaran con orden, que las estaciones se siguiesen sin descanso, que las lluvias regasen la tierra y llenasen los ríos, y que ningún poder oculto rompiese este ritmo. Cada cien años, en el solsticio de invierno, la pareja tiene un hijo, cuatro años y medio después, en el solsticio de verano, una hija. En el cuerno de ella recae toda la magia y el poder, tanto el de sus padres, como el que compartirá con su hermano. Con el último resquicio de magia que queda en los padres, viajan hasta Casiopea, la estrella con la que se formó nuestros cuernos, allí ya solo les queda disfrutar de su larga vida al lado de sus congéneres”.
-Que bonita historia, dijo Sandra, pero no entiendo que tiene que ver con mis padres.
-Hace largos años, Eleran, un bondadoso mago, tomó a su servicio a un inteligente y avispado joven, Yortan, a quien le enseñó la magia blanca, todo para curar y ayudar a los demás, pero a Yortan no le bastó. Hechizó a su maestro y le sonsacó todos sus conocimientos, los cuales era muchos, y con ellos empezó a practicar magia negra. Por suerte le detuvimos a tiempo y le enviamos a un lugar apartado, donde no pudiera hacer daño a nadie. No dejábamos de vigilarle, pero parecía que tan solo hacía pequeñas cosas, conocer el poder de luz de las luciérnagas, o el de las salamandras para camuflarse y cambiar de aspecto, o el de las palomas para orientarse sin perderse nunca, cosas que no nos parecieron peligrosas...pero nos engañaba.
-Nunca conocimos a nadie tan malo, ¿a que no Sandra?
-A Ténari, mi mujer, y a mí se nos acaba nuestro tiempo, y hace cuatro años tuvimos a nuestro hijo, Lerián. Y dentro de dos semanas, en el solsticio de verano, a nuestra hija.
-Entonces seréis muy felices.
-No, por que Ténari esta prisionera en el castillo de Yortan. Hace un mes nos tendió una trampa, es cuando nos dimos cuenta del enorme poder que había adquirido. Solo nos dejaba ver lo que le interesaba, nos engañó.
-¿Pero qué tiene que ver mi padre?, sigo sin entenderlo.
-Quiere robarle su don.
-¿Pero para qué?
-Cuando nazca mi hija la matará y le arrancará el cuerno. De él hará una flauta, y con el poder de tu padre extenderá todo su mal y dominio por el mundo, viajando la música con los vientos del norte.
Los chicos se quedaron estupefactos, vieron como a Airis le resbalaba una lágrima por la mejilla.
-¿A mi madre le puedes salvar?
-No Gonzalo, el sueño profundo solo se romperá si Yortan pierde los poderes. Él sabe en todo momento donde estoy, mi magia me delata, por eso no me acercaba a tu padre e intentaba avisarle a través vuestro, pero se ha adelantado.
-¿Eso significa que si Yortan no pierde sus poderes ni mi padre ni mi madre sobrevivirán?
-Si Sandra, así es.
Los dos chicos se miraron, no hacía faltar decir nada.
-Ayúdanos a llevar a mi madre con nuestro abuelo para que la cuide, luego iremos contigo para intentar salvarlos.
El aire azotaba sus caras, mientras una gran sonrisa se dibujaba en ellas. Después del miedo inicial, la experiencia de volar les resultó fascinante. A pesar de la emoción, tras horas de vuelo, terminaron dormidos del cansancio.
-Despertad chicos.
Con los ojos medio cerrados respondieron.
-¿Llegamos ya?
-No, pero tenemos que despistar a Yortan. Agarraros fuerte a mis crines.
Airis picó su vuelo. Era tal la velocidad que los mofletes de los dos muchachos temblaban sin control. Cuando el suelo estaba cerca, muy muy cerca, hasta el punto de pensar que se estrellaban, enderezó el vuelo, metiéndose en medio de un bosque de grandes y robustos árboles. Seguían volando, pero esta vez al ras del suelo, esquivando los troncos por apenas unos dedos. Los hermanos se agarraban con todas sus fuerzas temiendo caer. El bosque empezó a clarear, y entraron en un río, cuyas aguas se levantaban hasta crear un túnel que les tapaba. Recorrieron mucha distancia, hasta que vieron una enorme cascada, la atravesaron a la misma velocidad, parando de golpe en la cueva que escondía detrás.
-Todavía el poder del agua nos protege y obedece, eso es lo que más teme Yortan, el domina el del fuego negro.
-Nunca oímos hablar de él.
-Es un fuego oscuro, donde residen los poderes malignos de este mundo. Muchos intentaron dominarle, pero él es el primero que lo consigue. Seguidme.
Les costaba andar, después de tanto tiempo a la grupa sus piernas estaban entumecidas. Fue un corto paseo entre la oscuridad, hasta que una luz azulona empezó a iluminar el pasillo. Al poco, entraron en una enorme sala de la cueva, llena de cascadas y arroyos, que la cruzaban en todas direcciones. En medio un pequeño caballo alado y con un cuerno en su frente, miraba con cara de sorprendido a los recién llegados. Tenía el tamaño de un ponny, unos ojos curiosos y una simpática estampa.
-Padre, ¿estos son los humanos esos de los que me hablaste?
-Si Lerián, son niños, como tú. Su padre también a sido secuestrado.
-Ooooh, cuanto lo siento. ¿Y eso que asoma de tu bolsa?
-Se llama Soca, es una ardilla. ¿No habías visto nunca una?
-No, siempre volamos muy alto, fuera de la vista de curiosos, todavía no he podido conocer gran cosa de este mundo. Es muy bonita.
-Y mira este es Teco, es un hurón.
-También es muy bonito. ¿Y para qué habéis venido aquí?
-Vamos a salvar a nuestro padre.
-¿Como?, mi madre también esta prisionera.
-Primero tendremos que llegar al castillo de Yortan, luego ya veremos.
-Pero vosotros no podéis llegar.
-¿Por qué?
-Está muy lejos y nunca llegaríais antes del solsticio de verano.
-Nos puede acercar tu padre.
-Yo no puedo Gonzalo. En cuanto me acercase me descubriría, solo tendríamos una oportunidad si le cogemos por sorpresa.
-Os llevaré yo.
-¡Hijo! Tú no puedes acercarte, cuando nazca tu hermana parte del poder de su cuerno pasará a ti. Si te coge prisionero dominará todo el poder y será invencible.
-Pero eso da igual. En cuanto nazca mi hermana y parte del poder sea absorbido por mi cuerno sabrá donde estoy. Lo único que me mantiene a salvo es que solo puede ver lo que tenga poder. Poco podré hacer yo solo contra él.
-¿ por que no nos secuestró a nosotros?
-Todavía es muy pequeño vuestro don, pero cuando se haga más poderoso tampoco escapareis.
Lerián, Gonzalo y Sandra se quedaron mirando sin pestañear a Airis. Al final bajó la cabeza y la movió lentamente.
-Está bien, se que tenéis razón. No va haber otra solución. Escuchad con atención. Deberéis viajar dos días siguiendo el río que nace en esta cueva, él os protegerá. Después otros dos por el viejo bosque, en su espesor estaréis seguros, siempre que os mantengáis fuera de los claros. Pero lo peor son los tres días siguientes, antes era la continuación del bosque, pero ahora es un lugar yermo e inhóspito. Para evitar que el poder del agua pudiera hacerle daño quemó su vegetación y secó sus ríos. Nada vive ya en él. Tendréis que cruzarlo de noche, y esconderos de día. No podréis hablar más alto de un susurro, ni hacer más ruido que el crujir de una rama. Os quedan nueve días para el solsticio, así que no habrá más tiempo. Yo viajaré al este, allí hay tres magos que todavía tienen poder para resistirse a la magia negra, Yortan no nos quitará el ojo de encima temiendo que hagamos algo que estropeé sus planes, quizás así paséis desapercibidos al llegar desde el sur.
Los tres compañeros de viaje asintieron.
-Tenéis qué viajar ligeros de equipaje. Aquí tenéis esto.
Les señaló en una esquina una pequeña cantimplora y una talega de algodón.
-Me las regaló uno de los magos el este, y me dijo que me serían de utilidad. Creo que sabía más qué yo. De la talega, cada vez que metáis la mano sacaréis un pan. Eso os alimentará por estos días. Y la cantimplora la agitáis tres veces y no parará de salir agua hasta que la volváis a cerrar.
Los muchachos subieron a la grupa de Lerián y salieron volando por el curso del río. Era mucho más lento que su padre, pero más divertido, por todo sentía curiosidad, y los niños estaban encantados con este nuevo amigo. A los dos días abandonaron las aguas para adentrarse en el viejo bosque. Realmente era profundo y oscuro. Pero al acabarse llegaron al páramo, su ánimo se arrugó al ver tal desolación, ni una brizna de hierba crecía en su suelo, y la base de los altos robles, antaño orgullosos y altivos, no eran más que humeantes carbones sin vida. Tal como les avisó Airis viajaron de noche. Por el día buscaban refugio debajo de algún enorme tronco caído. El calor era insoportable y el humo asfixiante. Gracias a la cantimplora pudieron aguantar, no habrían podido llevar la cantidad de agua necesaria para atravesar ese desierto. El camino se les hizo interminable, pero por fin, al tercer día llegaron a su destino.
El antiguo castillo del agua, ahora de la Boca del Infierno, al contrario de otros castillos, no estaba enclavado en un alto, si no en una ensenada rodeada de montañas más altas que él. Cualquier observador podría pensar que eso era un gran error, pero se equivocaría. Los quinientos metros que separaban el castillo de las faldas de esas montañas eran una trampa mortal. Innumerables cráter de pequeño tamaño la surcaban, de los cuales salía un tóxico gas de las entrañas de la tierra y alternativamente lenguas de fuego. El calor era horrible. El castillo constaba de cinco torres en aguja, siendo la del centro la más alta, y una alta muralla, llena de gárgolas vivientes, a cada cual más tenebrosa, cuyas bocas vomitaban lava hirviente. Los tres compañeros se encogieron, ni en sus peores pesadillas soñaron algo así. Soca y Teco se acurrucaban aterrorizados en el fondo de la mochila de Gonzalo.
Después de mucho cavilar decidieron que lo más acertado era ir caminando hasta las murallas, a ras del suelo los gases se concentraban menos, a pocos metros su densidad era infranqueable, morirían con solo intentarlo. Y siendo tan pequeños podrían sortear las llamas de fuego, aunque no su calor. No sabían si habría vigías en las murallas, pero no les cabía otra opción. Se pusieron un pañuelo en sus bocas, y se empaparon a conciencia al comenzar a cruzar. La vista se les nublaba por la temperatura, cada vez que una lengua de fuego les cogía cerca parecía que les pusieran en la sartén de casa. Cada paso era un sufrimiento, solo sus fuertes voluntades les llevó hasta la muralla. Allí, entre dos gárgolas, se veía un pequeño hueco. Sandra y Gonzalo se subieron a lomos de Lerián, estaban los tres muy agotados y mareados de los gases, pero era su única oportunidad. Empezaron a ascender, pero parecía que no llegaban. Lerián aumentó su aleteo a pesar de su cansancio, las fuerzas ya le fallaban y todavía les quedaban veinte metros. Cuando todo parecía perdido y empezaban a perder altura, pensó en su madre, y de su valor sacó las fuerzas que el cuerpo le negaba. Se derrumbaron sobre el patio del castillo.
-Creí qué nos caíamos Lerián.
-Y yo, le contesto el joven Declón.
Durante un buen rato recuperaron el resuello escondidos bajo un pórtico. El pobre Teco tenía la mitad de su pelo chamuscado. Todos bebieron agua y se refrescaron para sofocar el calor que habían pasado. Dentro del castillo la temperatura era normal.
-¿No os habéis dado cuenta de una cosa?, susurró Gonzalo.
-¿De qué?
-El castillo parece muerto, no se oye un solo ruido ni se ve movimiento.
-Eso es muy raro.
Se asomaron con sigilo, cuando al fondo vieron aparecer a varias personas cargadas con pertrechos. Andaban de una manera rara, silenciosa, con su vista perdida, los ojos vacíos de vida, entraron en la torre principal, y sus pasos se perdieron por el eco de los pasillos.
-Qué gente más extraña. ¿Os habéis fijado en sus ojos?
-Son esclavos, Yortan los secuestra y les roba la voluntad, le obedecen ciegamente.
-¿De donde vienen?
-Son los antiguos moradores del castillo. Mi padre me contó la historia. Hace mucho, mucho tiempo, un príncipe llamado Juan construyó aquí este castillo. Era un enamorado del agua, de sus poderes y su magia. Buscó este claro en mitad del enorme bosque, y con un hechizo desvió el gran río, haciéndolo pasar por debajo de él. En la torre grande escavó un pozo hondo, mucho más hondo de lo que podáis imaginar, hasta llegar a las aguas subterráneas del río, para subirlas a lo más alto, hasta la almena. De allí caían en innumerables fuentes y cascadas por todo el recinto, formando las más hermosas formas y colores. Por las gárgolas que nos escupían fuego, caían chorros de fresca agua que regaban toda la llanura, cuajada de flores de mil colores y formas. Lo llamó el Castillo del Agua.
-¿Y como se convirtió en lo que es ahora?
-El príncipe murió sin descendencia, y sin sus hechizos el agua se volvía indomable, él mantenía el equilibrio. Así que sus moradores fueron abandonando el castillo y habitando en pequeñas aldeas cerca de él. Cuando mis padres pararon a Yortan es aquí donde le trajeron, pensaban que poco podía hacer, con el gran río y su poder debajo, y sin posibilidad de continuar con sus experimentos de magia prohibida, pero sus conocimientos eran más oscuros y profundos de lo que parecía. Un día notaron una perturbación, el gran río desvió su curso y se alejó del castillo. Vinieron a comprobarlo y una nube oscura y espesa les envolvió de imprevisto. Fue mucha suerte que Airis pudiera escapar. Esas practicas inocentes eran para despistarlos, con el poder de camuflaje de la salamandra escondió todos los cambios que hizo. En las cuatro torres de los lados escavó pozos mucho más profundos, hasta que tocó el mismo centro de la tierra, y de allí sacó los terribles fuegos, la base de su maléfico poder. El fuego negro es la mayor perversión de la maldad. Consiguió retirar al gran río, el único capaz de detenerle, y secó las tierras al rededor, secando también su cauce para que no pudiera regresar. Mientras más fuerte es, más tierras va secando para alejar más al agua.
-¿Pero el río no puede regresar y acabar con él?
-El río solo puede avanzar sobre un cauce húmedo, no puede salirse de él, si no mares, océanos y lagos inundarían la tierra seca. Mi padre intentó traer, con la ayuda de los vientos del sur, nubes de agua, si lloviera lo suficiente para humedecer de nuevo el cauce el gran río podría regresar, pero apenas aparecían enviaba grandes chorros de calor que las deshacían.
Otro grupo de esclavos apareció por el fondo, y cuando atravesaron la entrada los muchachos les siguieron. Sandra observaba con la boca abierta la magistral obra. El salón de entrada era enorme, un pozo de muchos pasos de diámetro se situaba en el centro, y de él se alzaba una tubería muy ancha que llegaba hasta lo más alto, debía ser por donde subía el agua. Hasta donde abarcaba la vista se podía ver fuentes, caídas de agua, juegos de noria, surcos en el suelo a modo de pequeños arroyos, y todo tipo de mecanismos móviles, se lo podía imaginar todo funcionando bajo la presión del agua, debía de ser un espectáculo impresionante. Mientras Gonzalo y Lerián indagaban por donde seguir, ella se asomo al pozo. No se veía el fondo, todo el agua que caía por toda la torre volvía al pozo por esos arroyos y se devolvía al gran río. Entonces recordó las palabras de Lerián: “El río solo puede avanzar por un cauce húmedo”, se descolgó la cantimplora, era muy pequeña, pero contenía mucha agua, quizás...la agitó, la destapó, y la colgó boca abajo de un pequeño saliente. El chorro de agua caía sin parar, sin tan siquiera escuchar si tocaba suelo.
-¡Sandra! No te distraigas. Los esclavos subieron por aquí, vamos a seguirlos.
-Despertad chicos.
Con los ojos medio cerrados respondieron.
-¿Llegamos ya?
-No, pero tenemos que despistar a Yortan. Agarraros fuerte a mis crines.
Airis picó su vuelo. Era tal la velocidad que los mofletes de los dos muchachos temblaban sin control. Cuando el suelo estaba cerca, muy muy cerca, hasta el punto de pensar que se estrellaban, enderezó el vuelo, metiéndose en medio de un bosque de grandes y robustos árboles. Seguían volando, pero esta vez al ras del suelo, esquivando los troncos por apenas unos dedos. Los hermanos se agarraban con todas sus fuerzas temiendo caer. El bosque empezó a clarear, y entraron en un río, cuyas aguas se levantaban hasta crear un túnel que les tapaba. Recorrieron mucha distancia, hasta que vieron una enorme cascada, la atravesaron a la misma velocidad, parando de golpe en la cueva que escondía detrás.
-Todavía el poder del agua nos protege y obedece, eso es lo que más teme Yortan, el domina el del fuego negro.
-Nunca oímos hablar de él.
-Es un fuego oscuro, donde residen los poderes malignos de este mundo. Muchos intentaron dominarle, pero él es el primero que lo consigue. Seguidme.
Les costaba andar, después de tanto tiempo a la grupa sus piernas estaban entumecidas. Fue un corto paseo entre la oscuridad, hasta que una luz azulona empezó a iluminar el pasillo. Al poco, entraron en una enorme sala de la cueva, llena de cascadas y arroyos, que la cruzaban en todas direcciones. En medio un pequeño caballo alado y con un cuerno en su frente, miraba con cara de sorprendido a los recién llegados. Tenía el tamaño de un ponny, unos ojos curiosos y una simpática estampa.
-Padre, ¿estos son los humanos esos de los que me hablaste?
-Si Lerián, son niños, como tú. Su padre también a sido secuestrado.
-Ooooh, cuanto lo siento. ¿Y eso que asoma de tu bolsa?
-Se llama Soca, es una ardilla. ¿No habías visto nunca una?
-No, siempre volamos muy alto, fuera de la vista de curiosos, todavía no he podido conocer gran cosa de este mundo. Es muy bonita.
-Y mira este es Teco, es un hurón.
-También es muy bonito. ¿Y para qué habéis venido aquí?
-Vamos a salvar a nuestro padre.
-¿Como?, mi madre también esta prisionera.
-Primero tendremos que llegar al castillo de Yortan, luego ya veremos.
-Pero vosotros no podéis llegar.
-¿Por qué?
-Está muy lejos y nunca llegaríais antes del solsticio de verano.
-Nos puede acercar tu padre.
-Yo no puedo Gonzalo. En cuanto me acercase me descubriría, solo tendríamos una oportunidad si le cogemos por sorpresa.
-Os llevaré yo.
-¡Hijo! Tú no puedes acercarte, cuando nazca tu hermana parte del poder de su cuerno pasará a ti. Si te coge prisionero dominará todo el poder y será invencible.
-Pero eso da igual. En cuanto nazca mi hermana y parte del poder sea absorbido por mi cuerno sabrá donde estoy. Lo único que me mantiene a salvo es que solo puede ver lo que tenga poder. Poco podré hacer yo solo contra él.
-¿ por que no nos secuestró a nosotros?
-Todavía es muy pequeño vuestro don, pero cuando se haga más poderoso tampoco escapareis.
Lerián, Gonzalo y Sandra se quedaron mirando sin pestañear a Airis. Al final bajó la cabeza y la movió lentamente.
-Está bien, se que tenéis razón. No va haber otra solución. Escuchad con atención. Deberéis viajar dos días siguiendo el río que nace en esta cueva, él os protegerá. Después otros dos por el viejo bosque, en su espesor estaréis seguros, siempre que os mantengáis fuera de los claros. Pero lo peor son los tres días siguientes, antes era la continuación del bosque, pero ahora es un lugar yermo e inhóspito. Para evitar que el poder del agua pudiera hacerle daño quemó su vegetación y secó sus ríos. Nada vive ya en él. Tendréis que cruzarlo de noche, y esconderos de día. No podréis hablar más alto de un susurro, ni hacer más ruido que el crujir de una rama. Os quedan nueve días para el solsticio, así que no habrá más tiempo. Yo viajaré al este, allí hay tres magos que todavía tienen poder para resistirse a la magia negra, Yortan no nos quitará el ojo de encima temiendo que hagamos algo que estropeé sus planes, quizás así paséis desapercibidos al llegar desde el sur.
Los tres compañeros de viaje asintieron.
-Tenéis qué viajar ligeros de equipaje. Aquí tenéis esto.
Les señaló en una esquina una pequeña cantimplora y una talega de algodón.
-Me las regaló uno de los magos el este, y me dijo que me serían de utilidad. Creo que sabía más qué yo. De la talega, cada vez que metáis la mano sacaréis un pan. Eso os alimentará por estos días. Y la cantimplora la agitáis tres veces y no parará de salir agua hasta que la volváis a cerrar.
Los muchachos subieron a la grupa de Lerián y salieron volando por el curso del río. Era mucho más lento que su padre, pero más divertido, por todo sentía curiosidad, y los niños estaban encantados con este nuevo amigo. A los dos días abandonaron las aguas para adentrarse en el viejo bosque. Realmente era profundo y oscuro. Pero al acabarse llegaron al páramo, su ánimo se arrugó al ver tal desolación, ni una brizna de hierba crecía en su suelo, y la base de los altos robles, antaño orgullosos y altivos, no eran más que humeantes carbones sin vida. Tal como les avisó Airis viajaron de noche. Por el día buscaban refugio debajo de algún enorme tronco caído. El calor era insoportable y el humo asfixiante. Gracias a la cantimplora pudieron aguantar, no habrían podido llevar la cantidad de agua necesaria para atravesar ese desierto. El camino se les hizo interminable, pero por fin, al tercer día llegaron a su destino.
El antiguo castillo del agua, ahora de la Boca del Infierno, al contrario de otros castillos, no estaba enclavado en un alto, si no en una ensenada rodeada de montañas más altas que él. Cualquier observador podría pensar que eso era un gran error, pero se equivocaría. Los quinientos metros que separaban el castillo de las faldas de esas montañas eran una trampa mortal. Innumerables cráter de pequeño tamaño la surcaban, de los cuales salía un tóxico gas de las entrañas de la tierra y alternativamente lenguas de fuego. El calor era horrible. El castillo constaba de cinco torres en aguja, siendo la del centro la más alta, y una alta muralla, llena de gárgolas vivientes, a cada cual más tenebrosa, cuyas bocas vomitaban lava hirviente. Los tres compañeros se encogieron, ni en sus peores pesadillas soñaron algo así. Soca y Teco se acurrucaban aterrorizados en el fondo de la mochila de Gonzalo.
Después de mucho cavilar decidieron que lo más acertado era ir caminando hasta las murallas, a ras del suelo los gases se concentraban menos, a pocos metros su densidad era infranqueable, morirían con solo intentarlo. Y siendo tan pequeños podrían sortear las llamas de fuego, aunque no su calor. No sabían si habría vigías en las murallas, pero no les cabía otra opción. Se pusieron un pañuelo en sus bocas, y se empaparon a conciencia al comenzar a cruzar. La vista se les nublaba por la temperatura, cada vez que una lengua de fuego les cogía cerca parecía que les pusieran en la sartén de casa. Cada paso era un sufrimiento, solo sus fuertes voluntades les llevó hasta la muralla. Allí, entre dos gárgolas, se veía un pequeño hueco. Sandra y Gonzalo se subieron a lomos de Lerián, estaban los tres muy agotados y mareados de los gases, pero era su única oportunidad. Empezaron a ascender, pero parecía que no llegaban. Lerián aumentó su aleteo a pesar de su cansancio, las fuerzas ya le fallaban y todavía les quedaban veinte metros. Cuando todo parecía perdido y empezaban a perder altura, pensó en su madre, y de su valor sacó las fuerzas que el cuerpo le negaba. Se derrumbaron sobre el patio del castillo.
-Creí qué nos caíamos Lerián.
-Y yo, le contesto el joven Declón.
Durante un buen rato recuperaron el resuello escondidos bajo un pórtico. El pobre Teco tenía la mitad de su pelo chamuscado. Todos bebieron agua y se refrescaron para sofocar el calor que habían pasado. Dentro del castillo la temperatura era normal.
-¿No os habéis dado cuenta de una cosa?, susurró Gonzalo.
-¿De qué?
-El castillo parece muerto, no se oye un solo ruido ni se ve movimiento.
-Eso es muy raro.
Se asomaron con sigilo, cuando al fondo vieron aparecer a varias personas cargadas con pertrechos. Andaban de una manera rara, silenciosa, con su vista perdida, los ojos vacíos de vida, entraron en la torre principal, y sus pasos se perdieron por el eco de los pasillos.
-Qué gente más extraña. ¿Os habéis fijado en sus ojos?
-Son esclavos, Yortan los secuestra y les roba la voluntad, le obedecen ciegamente.
-¿De donde vienen?
-Son los antiguos moradores del castillo. Mi padre me contó la historia. Hace mucho, mucho tiempo, un príncipe llamado Juan construyó aquí este castillo. Era un enamorado del agua, de sus poderes y su magia. Buscó este claro en mitad del enorme bosque, y con un hechizo desvió el gran río, haciéndolo pasar por debajo de él. En la torre grande escavó un pozo hondo, mucho más hondo de lo que podáis imaginar, hasta llegar a las aguas subterráneas del río, para subirlas a lo más alto, hasta la almena. De allí caían en innumerables fuentes y cascadas por todo el recinto, formando las más hermosas formas y colores. Por las gárgolas que nos escupían fuego, caían chorros de fresca agua que regaban toda la llanura, cuajada de flores de mil colores y formas. Lo llamó el Castillo del Agua.
-¿Y como se convirtió en lo que es ahora?
-El príncipe murió sin descendencia, y sin sus hechizos el agua se volvía indomable, él mantenía el equilibrio. Así que sus moradores fueron abandonando el castillo y habitando en pequeñas aldeas cerca de él. Cuando mis padres pararon a Yortan es aquí donde le trajeron, pensaban que poco podía hacer, con el gran río y su poder debajo, y sin posibilidad de continuar con sus experimentos de magia prohibida, pero sus conocimientos eran más oscuros y profundos de lo que parecía. Un día notaron una perturbación, el gran río desvió su curso y se alejó del castillo. Vinieron a comprobarlo y una nube oscura y espesa les envolvió de imprevisto. Fue mucha suerte que Airis pudiera escapar. Esas practicas inocentes eran para despistarlos, con el poder de camuflaje de la salamandra escondió todos los cambios que hizo. En las cuatro torres de los lados escavó pozos mucho más profundos, hasta que tocó el mismo centro de la tierra, y de allí sacó los terribles fuegos, la base de su maléfico poder. El fuego negro es la mayor perversión de la maldad. Consiguió retirar al gran río, el único capaz de detenerle, y secó las tierras al rededor, secando también su cauce para que no pudiera regresar. Mientras más fuerte es, más tierras va secando para alejar más al agua.
-¿Pero el río no puede regresar y acabar con él?
-El río solo puede avanzar sobre un cauce húmedo, no puede salirse de él, si no mares, océanos y lagos inundarían la tierra seca. Mi padre intentó traer, con la ayuda de los vientos del sur, nubes de agua, si lloviera lo suficiente para humedecer de nuevo el cauce el gran río podría regresar, pero apenas aparecían enviaba grandes chorros de calor que las deshacían.
Otro grupo de esclavos apareció por el fondo, y cuando atravesaron la entrada los muchachos les siguieron. Sandra observaba con la boca abierta la magistral obra. El salón de entrada era enorme, un pozo de muchos pasos de diámetro se situaba en el centro, y de él se alzaba una tubería muy ancha que llegaba hasta lo más alto, debía ser por donde subía el agua. Hasta donde abarcaba la vista se podía ver fuentes, caídas de agua, juegos de noria, surcos en el suelo a modo de pequeños arroyos, y todo tipo de mecanismos móviles, se lo podía imaginar todo funcionando bajo la presión del agua, debía de ser un espectáculo impresionante. Mientras Gonzalo y Lerián indagaban por donde seguir, ella se asomo al pozo. No se veía el fondo, todo el agua que caía por toda la torre volvía al pozo por esos arroyos y se devolvía al gran río. Entonces recordó las palabras de Lerián: “El río solo puede avanzar por un cauce húmedo”, se descolgó la cantimplora, era muy pequeña, pero contenía mucha agua, quizás...la agitó, la destapó, y la colgó boca abajo de un pequeño saliente. El chorro de agua caía sin parar, sin tan siquiera escuchar si tocaba suelo.
-¡Sandra! No te distraigas. Los esclavos subieron por aquí, vamos a seguirlos.
Intentaron no hacer ruido. Los antiguos moradores subían comida. Comprobaron que en varios pisos habían calabozos, donde personas y animales se hacinaban, seguramente esperando que les fueran útiles al brujo, pero entre ellos no encontraron a Ténari, ni a Alberto. Llegaron a una sala vacía, y cuando se disponían a salir la puerta se les cerró de golpe. Una nube espesa y gris les envolvió, y cayeron sin sentido al suelo. Los únicos que pudieron escapar fueron Soca y Teco. Desde que entraron no habían salido del zurrón, encogidos por el miedo que les producía el lugar, y al ver que sus amigos se caía, salieron zumbando y se escabulleron por un pequeño hueco de la puerta.
-¡Que os creíais! ¿Que podríais engañarme?
La voz, ronca y algo gangosa, resonó en la sala. Los muchachos intentaban abrir los ojos.
-¡Nada se me escapa en mi castillo!
-¡Sandra! ¡Gonzalo!
-¡Lerián!
Gonzalo fue el primero en incorporarse. Se dio cuenta que estaban en un sitio diferente, una reja le mantenía encerrado en una pequeña sala. Se acercó hacía ella e intentó ver lo que había al otro lado, todavía tenía la vista borrosa y un fuerte dolor de cabeza.
-¿Pa...papá?
-¡Hijo! ¿Estas bien?
No podían creer sus ojos lo que veían, la sala era circular, y medio círculo estaba ocupado por celdas como la suya. En la de enfrente estaba su padre. Sandra también se incorporó.
-¡Cariño! ¿Como te encuentras?
-Me duele mucho la cabeza.
Ténari sufría por que Lerián no despertaba.
-¡Canalla! ¿Que le has hecho a los chicos?
Yortan reía a carcajada limpia, satisfecho de sentirse poderoso. Era de talla media, más bien gordo, una perilla larga, y oscuro pelo que cubría con un turbante con una piedra azul. Estaba sentado sobre un trono de madera y pieles, elevado sobre unos escalones de piedra. A sus pies, un gran pilón en forma de copa, donde ardía un desolado rfuego negro, muy muy negro, que con solo mirarlo te dejaba el corazón rendido por la pena.
-No podía haberlo planeado mejor ¡Ja ja ja ja ja ja!. Tengo a la madre y al hijo, al padre y a sus mellizos ¡ja ja ja ja ja ja! Mañana será un gran día.
Se retiró por una puerta del fondo, sin dejar de resonar sus carcajadas.
-¿Como os ha secuestrado?
-Es que vinimos a rescataros.
-¿Os dejó mi marido Airis hacerlo?, pregunto incrédula.
-No quería, pero era la única oportunidad.
-Ahora ya no hay ninguna y el brujo tiene todo. Que locura.
En ese momento Lerián despertó.
-¡Mamá!
-¿Y vuestros poderes no os sirven para huir?
-No Sandra, ese fuego que ves es el fuego negro, si usamos nuestra magia la absorbe, y se la traspasa al Yortan por medio del Ojo del Halcón, esa piedra azul que lleva en la cabeza.
-¡Nuestros flautines!, grito Gonzalo al ver los instrumentos tirados junto a sus zurrones.
-De nada sirven hijo, aquí no hay nada vivo que no esté bajo su control.
Fue una noche muy larga. Ni tan si quiera podían abrazarse para consolarse. Saber que Mari Luz estaba bajo el sueño profundo era una losa que tenía al pobre Alberto consumido.
-Nos engañó bien, relataba Ténari, hasta que fue demasiado tarde. En apenas unos días secó el cauce del gran río con los fuegos de las entrañas, poco pudo hacer para combatirlo, y se retiró.
-¿Y por donde pasaba?
-El gran río bordeaba de norte a sur estas praderas por lo que ahora es el límite del bosque. El príncipe Juan creó un profundo túnel que lo cruzaba, y mediante un hechizo atrajo al río, bueno, solo a una parte, y una vez que el agua jugaba y revoloteaba por todo el castillo volvía al túnel y de allí a su cauce. Yortan a secado el túnel. Cuando nos robe los poderes secará hacia el oeste todas las tierras, y cuando tenga suficiente poder, hará lo mismo con el gran río y nada podrá detenerle.
-¿El río pasaba por debajo de esta torre?
-Si, por el pozo del salón de la entrada.
-Lo vimos al entrar, y muchos juegos de agua.
-El agua subía por la torre central hasta esta sala, precisamente por la pila donde esta el fuego negro, y por los canales que ves en el suelo se distribuía por todo el castillo.
-¿Po rahí entraba el agua?
-Si, Yortan quitó el surtidor y puso esa pila para tapar el agujero.
Sandra se quedó pensativa, en ese momento apareció un esclavo, que sin mediar palabra alguna ni gesto, les dejó un jarro de agua a cada uno y un mendrugo de pan. Antes de que volviera a cerrar la puerta el esclavo Soca y Teco se colaron en la sala.
-¡Chicos!Que alegría veros. Venid rápido. ¿Veis los flautines y la flauta de mi padre en esa estantería? Traérnoslas.
Los animales corrieron hasta los instrumentos y los alcanzaron sin dificultad.
-Hija, ya te dije que aquí es inútil.
-Puede que te equivoques, hay una oportunidad. Escuchar lo que vamos hacer...
La media noche se acercaba, y con ella el solsticio. Yortan apareció con una túnica de brillantes colores y su turbante. Se puso en su trono e invocó al poder del fuego negro.
-¡Hoy es el día de mi triunfo! Nada puede pararlo ya, y vosotros dejaréis pronto de ser una molestia para pasar a ser un recuerdo ja ja ja ja ja ja.
A penas quedaban unos minutos y el cuerno de Ténari empezaba a brillar, en poco, de la magia, nacería una Declón. Yortan, nervioso y entusiasmado, no podía permanecer sentado en el trono. De repente, Teco le saltó a la cara dándole un mordisco en la nariz. Su alarido resonó en todo el castillo, y del dolor dio dos pasos para atrás, cayendo sobre el trono. Consiguió quitarse al hurón de un manotazo, pero Soca cayó sobre él, arrancándole el Ojo de Halcón, y de un salto se encaramó a los techos.
-¡Bribón! ¡Ven aquí! Cuando te coja voy ha hacer contigo mermelada. Devuélveme inmediatamente la gema.
Daba manotazos al aire, pero ni se acercaba a la ardilla, que se movía de lado en lado a gran velocidad. Tan ofuscado estaba con Soca, que pisó su túnica y aterrizó de narices contra el suelo. Los alaridos se doblaron, pues ya la tenía muy dolorida del mordisco. En ese momento el cuerno de Airis proyecto una luz igual que la del arco iris contra el suelo, y se empezó a formar la figura de un pequeño caballo, un potrillo al que se le notaba la forma de dos pequeñas alas y un diminuto cuerno.
-¡Ahora!
Al grito de Sandra los dos flautines y la flauta empezaron a sonar, una melodía de vida, de alegría, de amistad y de amor, una melodía capaz de atraer lo más bello de esta vida. Justo en ese momento Soca soltó el Ojo de Halcón por una pequeña grieta a pie del pilón donde se consumía el fuego negro.
-¡Idiotas !¿Que creéis que estáis haciendo? Seguís prisioneros y yo solo tendré que bajar a por la gema. Ahora si que os haré sufrir, a vosotros y a todas las personas que os importan. Mi cólera no tendrá fin y …..
No terminó la frase, un temblor de tierra se sentía cada vez más fuerte. Parecía que fuera a desencajar todas las piedras del castillo. Toda la magia de los flautines y de la flauta la absorbió el fuego negro, que la proyecto sobre el Ojo de Halcón. Este cayó en lo más profundo del pozo, en el lecho del gran río, que ya no estaba seco. El día anterior Sandra dejó la cantimplora abierta y echando agua. Fueron muchas horas y el agua fue avanzando, acumulando lo suficiente para que, con la magia de las flautas en la gema, el gran río encontrara el camino y la fuerza para regresar. Un impresionante chorro de agua reventó el pilón y apagó el fuego negro. Por todo el castillo empezó a correr el agua, inundando toda la pradera y haciendo retroceder los fuegos del centro de la tierra. Yortan solo lloraba viendo destruido todo el mal que había conseguido crear con sus engaños y celadas. Airis llegó con el gran río y liberó a todos antes que el agua les pudiera dañar en su encierro.
Gonzalo tocó el hombro de Sandra, cuando se volvió pudo observar como, esa luz que proyectaba el cuerno de Ténari tomaba una forma tangible, y el pequeño potro relinchaba y se levantaba de manos. Toda la habitación se llenó de colores, de la luz más pura que uno se puede imaginar. Un rayo de color azul turquesa, muy intenso, salió del cuerno de Sanay, que así era el nombre de la recién nacida, y se proyectó sobre el cuerno de su hermano y sobre los dos flautines que danzaban graciosos con vida propia por toda la sala. Delante de sus ojos, los dos hermanos crecían por momentos, pasando del tamaño de un pequeño ponny, al de dos caballos musculosos, grandes y poderosos, con unas enormes alas. Airis y Ténari se acercaron a los chicos.
-Os debemos mucho, si no llega a ser por vuestro ingenio y decisión el malvado de Yortan podría haber hecho un mal irreparable al mundo. Por eso, el consejo de los Declon ha decidido traspasaros algo de nuestro poder, y que ayudéis a Lerián y Sanay a mantener el equilibrio en este mundo.
Según terminaron de hablar sus cuerpos empezaron a transparentarse y viajaron a las estrellas junto a los suyos. Los chicos y su padre montaron a la grupa de sus amigos y regresaron a casa, donde su madre les esperaba libre ya del hechizo. No sería la única vez, cuando tuvieron que enfrentarse a la hechicera Margot también...bueno, eso es otra historia.
-¡Que os creíais! ¿Que podríais engañarme?
La voz, ronca y algo gangosa, resonó en la sala. Los muchachos intentaban abrir los ojos.
-¡Nada se me escapa en mi castillo!
-¡Sandra! ¡Gonzalo!
-¡Lerián!
Gonzalo fue el primero en incorporarse. Se dio cuenta que estaban en un sitio diferente, una reja le mantenía encerrado en una pequeña sala. Se acercó hacía ella e intentó ver lo que había al otro lado, todavía tenía la vista borrosa y un fuerte dolor de cabeza.
-¿Pa...papá?
-¡Hijo! ¿Estas bien?
No podían creer sus ojos lo que veían, la sala era circular, y medio círculo estaba ocupado por celdas como la suya. En la de enfrente estaba su padre. Sandra también se incorporó.
-¡Cariño! ¿Como te encuentras?
-Me duele mucho la cabeza.
Ténari sufría por que Lerián no despertaba.
-¡Canalla! ¿Que le has hecho a los chicos?
Yortan reía a carcajada limpia, satisfecho de sentirse poderoso. Era de talla media, más bien gordo, una perilla larga, y oscuro pelo que cubría con un turbante con una piedra azul. Estaba sentado sobre un trono de madera y pieles, elevado sobre unos escalones de piedra. A sus pies, un gran pilón en forma de copa, donde ardía un desolado rfuego negro, muy muy negro, que con solo mirarlo te dejaba el corazón rendido por la pena.
-No podía haberlo planeado mejor ¡Ja ja ja ja ja ja!. Tengo a la madre y al hijo, al padre y a sus mellizos ¡ja ja ja ja ja ja! Mañana será un gran día.
Se retiró por una puerta del fondo, sin dejar de resonar sus carcajadas.
-¿Como os ha secuestrado?
-Es que vinimos a rescataros.
-¿Os dejó mi marido Airis hacerlo?, pregunto incrédula.
-No quería, pero era la única oportunidad.
-Ahora ya no hay ninguna y el brujo tiene todo. Que locura.
En ese momento Lerián despertó.
-¡Mamá!
-¿Y vuestros poderes no os sirven para huir?
-No Sandra, ese fuego que ves es el fuego negro, si usamos nuestra magia la absorbe, y se la traspasa al Yortan por medio del Ojo del Halcón, esa piedra azul que lleva en la cabeza.
-¡Nuestros flautines!, grito Gonzalo al ver los instrumentos tirados junto a sus zurrones.
-De nada sirven hijo, aquí no hay nada vivo que no esté bajo su control.
Fue una noche muy larga. Ni tan si quiera podían abrazarse para consolarse. Saber que Mari Luz estaba bajo el sueño profundo era una losa que tenía al pobre Alberto consumido.
-Nos engañó bien, relataba Ténari, hasta que fue demasiado tarde. En apenas unos días secó el cauce del gran río con los fuegos de las entrañas, poco pudo hacer para combatirlo, y se retiró.
-¿Y por donde pasaba?
-El gran río bordeaba de norte a sur estas praderas por lo que ahora es el límite del bosque. El príncipe Juan creó un profundo túnel que lo cruzaba, y mediante un hechizo atrajo al río, bueno, solo a una parte, y una vez que el agua jugaba y revoloteaba por todo el castillo volvía al túnel y de allí a su cauce. Yortan a secado el túnel. Cuando nos robe los poderes secará hacia el oeste todas las tierras, y cuando tenga suficiente poder, hará lo mismo con el gran río y nada podrá detenerle.
-¿El río pasaba por debajo de esta torre?
-Si, por el pozo del salón de la entrada.
-Lo vimos al entrar, y muchos juegos de agua.
-El agua subía por la torre central hasta esta sala, precisamente por la pila donde esta el fuego negro, y por los canales que ves en el suelo se distribuía por todo el castillo.
-¿Po rahí entraba el agua?
-Si, Yortan quitó el surtidor y puso esa pila para tapar el agujero.
Sandra se quedó pensativa, en ese momento apareció un esclavo, que sin mediar palabra alguna ni gesto, les dejó un jarro de agua a cada uno y un mendrugo de pan. Antes de que volviera a cerrar la puerta el esclavo Soca y Teco se colaron en la sala.
-¡Chicos!Que alegría veros. Venid rápido. ¿Veis los flautines y la flauta de mi padre en esa estantería? Traérnoslas.
Los animales corrieron hasta los instrumentos y los alcanzaron sin dificultad.
-Hija, ya te dije que aquí es inútil.
-Puede que te equivoques, hay una oportunidad. Escuchar lo que vamos hacer...
La media noche se acercaba, y con ella el solsticio. Yortan apareció con una túnica de brillantes colores y su turbante. Se puso en su trono e invocó al poder del fuego negro.
-¡Hoy es el día de mi triunfo! Nada puede pararlo ya, y vosotros dejaréis pronto de ser una molestia para pasar a ser un recuerdo ja ja ja ja ja ja.
A penas quedaban unos minutos y el cuerno de Ténari empezaba a brillar, en poco, de la magia, nacería una Declón. Yortan, nervioso y entusiasmado, no podía permanecer sentado en el trono. De repente, Teco le saltó a la cara dándole un mordisco en la nariz. Su alarido resonó en todo el castillo, y del dolor dio dos pasos para atrás, cayendo sobre el trono. Consiguió quitarse al hurón de un manotazo, pero Soca cayó sobre él, arrancándole el Ojo de Halcón, y de un salto se encaramó a los techos.
-¡Bribón! ¡Ven aquí! Cuando te coja voy ha hacer contigo mermelada. Devuélveme inmediatamente la gema.
Daba manotazos al aire, pero ni se acercaba a la ardilla, que se movía de lado en lado a gran velocidad. Tan ofuscado estaba con Soca, que pisó su túnica y aterrizó de narices contra el suelo. Los alaridos se doblaron, pues ya la tenía muy dolorida del mordisco. En ese momento el cuerno de Airis proyecto una luz igual que la del arco iris contra el suelo, y se empezó a formar la figura de un pequeño caballo, un potrillo al que se le notaba la forma de dos pequeñas alas y un diminuto cuerno.
-¡Ahora!
Al grito de Sandra los dos flautines y la flauta empezaron a sonar, una melodía de vida, de alegría, de amistad y de amor, una melodía capaz de atraer lo más bello de esta vida. Justo en ese momento Soca soltó el Ojo de Halcón por una pequeña grieta a pie del pilón donde se consumía el fuego negro.
-¡Idiotas !¿Que creéis que estáis haciendo? Seguís prisioneros y yo solo tendré que bajar a por la gema. Ahora si que os haré sufrir, a vosotros y a todas las personas que os importan. Mi cólera no tendrá fin y …..
No terminó la frase, un temblor de tierra se sentía cada vez más fuerte. Parecía que fuera a desencajar todas las piedras del castillo. Toda la magia de los flautines y de la flauta la absorbió el fuego negro, que la proyecto sobre el Ojo de Halcón. Este cayó en lo más profundo del pozo, en el lecho del gran río, que ya no estaba seco. El día anterior Sandra dejó la cantimplora abierta y echando agua. Fueron muchas horas y el agua fue avanzando, acumulando lo suficiente para que, con la magia de las flautas en la gema, el gran río encontrara el camino y la fuerza para regresar. Un impresionante chorro de agua reventó el pilón y apagó el fuego negro. Por todo el castillo empezó a correr el agua, inundando toda la pradera y haciendo retroceder los fuegos del centro de la tierra. Yortan solo lloraba viendo destruido todo el mal que había conseguido crear con sus engaños y celadas. Airis llegó con el gran río y liberó a todos antes que el agua les pudiera dañar en su encierro.
Gonzalo tocó el hombro de Sandra, cuando se volvió pudo observar como, esa luz que proyectaba el cuerno de Ténari tomaba una forma tangible, y el pequeño potro relinchaba y se levantaba de manos. Toda la habitación se llenó de colores, de la luz más pura que uno se puede imaginar. Un rayo de color azul turquesa, muy intenso, salió del cuerno de Sanay, que así era el nombre de la recién nacida, y se proyectó sobre el cuerno de su hermano y sobre los dos flautines que danzaban graciosos con vida propia por toda la sala. Delante de sus ojos, los dos hermanos crecían por momentos, pasando del tamaño de un pequeño ponny, al de dos caballos musculosos, grandes y poderosos, con unas enormes alas. Airis y Ténari se acercaron a los chicos.
-Os debemos mucho, si no llega a ser por vuestro ingenio y decisión el malvado de Yortan podría haber hecho un mal irreparable al mundo. Por eso, el consejo de los Declon ha decidido traspasaros algo de nuestro poder, y que ayudéis a Lerián y Sanay a mantener el equilibrio en este mundo.
Según terminaron de hablar sus cuerpos empezaron a transparentarse y viajaron a las estrellas junto a los suyos. Los chicos y su padre montaron a la grupa de sus amigos y regresaron a casa, donde su madre les esperaba libre ya del hechizo. No sería la única vez, cuando tuvieron que enfrentarse a la hechicera Margot también...bueno, eso es otra historia.
LA PLAZA DE SAN MARCIAL (guión teatral)
La noche aun cubría la plaza. A penas algunos pasos perdidos se dejaban oír. La única que se afanaba en su qué hacer diario era Doña Elvira, la kiosquera, colocando revistas y periódicos con las noticias del día, sus clientes no tardarían en aparecer.
Su kiosco se encontraba en mitad de la plaza, que aunque se llamaba de San Marcial, todo el mundo la conocía como la del Rombo. Cuando se construyó el ayuntamiento, se hizo un edificio robusto y de buen tamaño, con la idea de enfrentarlo con la única edificación que entonces había, una hilera de viviendas de tres plantas, cuyos bajos era aportillados y llenos de comercios, el nervio del pueblo, pero nadie sabe por qué, se desplazó más de veinte metros hacia la derecha. El pueblo siguió creciendo, y en sus laterales se construyó viviendas, y sin ninguna razón que alguien recuerde, se hicieron inclinados para cerrar la plaza. Por eso, a pesar que en cada esquina reza un cartel de Plaza de San Marcial, pocos en el pueblo recuerdan este nombre, siendo nombrada siempre como la del Rombo.
Con el tiempo la cerraron en su paso para vehículos, llenándola de árboles, que ha esta altura de la primavera, se encontraban llenos de pájaros que trinaban y revoloteaban esperando que la luz apareciera para juguetear y comer sus primeros insectos del día.
El primer cliente apareció para comprar el periódico.
Doña Justa.- Buenos días Doña Elvira, ¿me puede acercar el imparcial? Mi marido quería leer a primera hora un artículo sobre no sé qué antes de echarse adormir.
Doña Elvira.- Buenos días Doña Justa. ¿Terminó su marido la faena?
Doña Justa.- Hace ya rato, estará limpiando el horno, ya sabe que es muy limpio y no quiere dejarlo para más tarde. Yo abro en un momento para los primeros despachos de pan y bollería.
Doña Elvira.- Es muy sacrificada la vida de panadero, pero al menos les da para vivir dignamente.
Doña Justa.- ¿Ha pasado mala noche? La veo mala cara.
Doña Elvira.- Si yo la contara......
Doña Justa.- Pues cuente cuente, que unos minutos aun me sobran.
Doña Elvira.- No quisiera pecar Doña Justa, que sabe usted que yo soy persona discreta y alejada de cotilleos mal intencionados...
Doña Justa.- Que me va a contar usted Doña Elvira, la tengo por Santa.
Doña Elvira.- Tampoco es eso, aunque se agradece el cumplido.
Doña Justa.- Me tiene en ascuas amiga.
Doña Elvira.- Esta noche ha habido una desgracia en este pueblo.
Doña Justa.- ¿Que desgracia?
Doña Elvira.- Andaba yo asomada al balcón esta noche, cuando vi al Eladio pasar por debajo, fumándose un cigarrillo de camino a casa. Al rato oí un tremendo estruendo, y los alaridos de un hombre que no eran los de Eladio, los gritos de auxilio de su mujer, Maru, y unos gruñidos e improperios del marido. No tardó mucho en llegar la Guardia Civil, que cruzaron con el coche la plaza, y ya sabe usted que si no es por una urgencia lo tienen prohibido, y al poco una ambulancia.
Doña Justa.- ¿Y que creé usted que pasó?
Doña Elvira.- Todo a punta a que el marido llegó y descubrió a su mujer con otro hombre en la cama.
Doña Justa.- ¡Mujer, que cosas dice!
Doña Elvira.- No se piense que hablo por hablar, que bien sabe que a mí no me mueve la curiosidad, que si fuera así podría haberme asomado al balcón.
Doña Justa.- Si su balcón da a la plaza y el portal del Eladio y la Maru a la calle de la iglesia....
Doña Elvira.- Pero algo hubiera visto...en cualquier caso al salir hacia aquí me encontré una cosa que terminó de convencerme.
Doña Justa.- ¿El qué?
Doña Elvira.- En el cubo de basura estaba la colcha de la Maru, esa de hilo tan bonita que le regaló su abuela, hecha trizas y empapada de sangre.
Doña Justa.- Me deja de piedra.
Doña Elvira.- Por favor, le pido la máxima discreción, no quisiera yo que esto se supiera y pensara la gente que yo....
Doña Justa.- Por su puesto Doña Elvira, seré una tumba.
La panadera se alejó pensativa hacia su tahona, resguardando su pescuezo en el cuello de la rebeca. El sol enviaba sus primeros rayos por detrás del ayuntamiento, levantando el fresco matinal, llenando del rocío plantas y jardines. Las farolas perdían su brillantez nocturna, mientras los verderones y gorriones cantaban sin parar. Ya se veía alguna persona salir somnolienta de sus portales, para dirigirse a trabajar. Abrió las puertas y se situó tras el mostrador. Luis, el dueño del bar El Cantero, llamado así en honor al padre de su propietario, que en vez de darle al grifo de la cerveza, le daba al martillo y al cincel, entró como todas las mañanas, para recoger el condumio que sus clientes solían desayunar.
Luis.- Buenos días Doña Justa.
Doña Justa.- Buenos días vecino.
Luis.- Lo de siempre, bueno, hoy póngame alguna ensaimada más, que parece que esta semana están haciendo furor y se me queda con ganas la parroquia.
Doña Justa.- Esta semana le salieron muy ricas a mi marido, (un profundo suspiro salió por su boca).
Luis.- ¿Que la pasa? La veo algo preocupada.
Doña Justa.- Que la vida esta muy revuelta Don Luis, y el mundo ya no es lo que era.
Luis.- Muy filosófica la veo esta mañana, eso es que pasó mala noche.
Doña Justa.- Peor la pasaron otros.
Luis.- ¿A qué se refiere?
Doña Justa.- No sé, no debería contárselo, la discreción es parte de mi vida y no quisiera que se me pudiera tachar de lo contrario.
Luis.- ¡Mujer! Ya se que usted es una persona centrada y de muy buenos sentimientos. Me tiene comido por la preocupación, ¿es qué le ha pasado algo grave?
Doña Justa.- No por Dios, a mí que me va a pasar, si mi vida transcurre en el orden y el respeto, pero a otros....
Luis.- ¿Pero qué es? Si no se aclara no entiendo nada.
Doña Justa.- Qué esta noche ocurrió una desgracia en este pueblo. Mejor dicho, en esta plaza.
Luis.- Dígame algo que ya me tiene alterado.
Doña Justa.- El Eladio pilló a su mujer en la cama con otro hombre y se ajustaron algunas cuentas.
Luis.- ¿Que me dice?
Doña Justa.- De muy buena tinta me llegó la noticia. Parece que algo se escamaba el marido y volvía a casa algo nervioso, fumando sin parar. Se formó una gran escandalera por las tres partes de gritos y golpes, y como resultado se presentó la Guardia Civil y sacaron en ambulancia a alguien.
Luis.- ¿Pero fue grave?
Doña Justa.- La sangre corrió y mucho. Se encontró la colcha de la Maru destrozada y llena de sangre en la calle esta mañana.
Luis.- ¿Y quién fue el infractor?
Doña Justa.- No se sabe, pero se sabrá, no lo dude. Siempre me pareció la Maru mujer de cascos ligeros, así que no me extraña el suceso.
Luis.- ¿La Maru de cascos ligeros?, no recuerdo que pasara nada en su vida que me diera esa opinión.
Doña Justa.- ¿No?, pues yo recuerdo cuando se la buscó con mucha preocupación por parte de sus padres, unas fiestas de San Juan, y se la encontraron en el pajar de la tía Eulalia con Antonío, el hijo de la dolores. Todo el pueblo salió a su búsqueda pensando en lo peor, menudo escándalo.
Luis.- Pero mujer, tenían 12 años y lo que estaban haciendo era desplumar a las gallinas de la tía Eulalia, y el escándalo se formó por qué se negaron a pagárselas, decían que con plumas o sin ellas seguían poniendo huevos y que no había reparación alguna, nada más que la satisfacción de ver a los gamberros con el culo bien azotado y encerrados en sus casas por todo el verano.
Doña Justa.- Ya ya, eso es lo que recuerda...pero yo recuerdo más. ¿Y el día de feria que se la encontró en aptitud poco decente con Felipe el cojo? Allí si que eran más mayorcitos.
Luis.- Estaban agarrados de la mano y debían tener 16 o 17 años, a esa edad todos hemos buscado ya pareja. Yo con mi mujer me junté a los 17, cuando ella tenía 16.
Doña Justa.- Pero las indecencias no se sacan en publico.
Luis.- Pero de la mano...
Doña Justa.- Si en mitad de la feria se deja agarrar de la mano vaya usted a saber que se dejara tocar en los oscurosLuis.- Visto así...
Doña Justa.- La cuestión es que la que empieza tan joven a torcerse no es de extrañar que nunca enderece. Y de esas lluvias...vienen estos torrentes.
Luis.- Me deja con la boca abierta Doña Justa. La dejo que tengo que abrir ya, los primeros cafés están apunto de ser servidos.
Doña Justa.- Por favor Don Luis, no necesito recordarle que esto que le he contado lo he hecho con usted por saberle de toda confianza, pero la discreción...
La mano del tabernero se levanto en aptitud solemne mientras sus ojos mostraban una mirada de confianza.
Luis.- Ni lo dude querida vecina, ni lo dude.
Salió de camino a su negocio, con la cabeza bullendo y la cesta de los bollos bien agarrada. Apenas tardó unos instantes en llegar y abrirla puerta, pues ya hacia rato que los cierres se levantaron y la cafetera fue encendida para darle presión al agua.
La plaza empezaba a poblarse, poco a poco, acompañando al sol, que ya iluminaba los soportales de enfrente, liberándolos del frío de la piedra y de esa oscuridad misteriosa que siempre los acompaña. Los funcionarios iban llegando a su función, y José, el conserje del mismo, más antiguo incluso que el reloj que presidía el edificio, según su costumbre, entró en El Cantero a tomar una café.
José.- Buenos días Luis. Si hoy también pescaste una de esas ricas ensaimadas me la pones en un plato junto a míLuis.- Ahora mismo.
José.- Por Dios, que escueto andas hoy. ¿Te quemaste la lengua con la plancha?
Luis.- Que va. Las noticias que corren hoy por el pueblo son de gravedad, y ando con una desazón...
José.- ¿Que noticias?. Temprano quieres tu que corra la pólvora por estos lares.
Dándole mucho misterio, mirando hacía un sitio y otro, le señaló la esquina de la barra para contarle la confidencia, a pesar de ser los dos únicos vecinos que estaban allí. Se alzó ligeramente por encima de la barra para susurrarle y José, contagiado de la intriga, hizo lo mismo.
Luis.- El Eladio a matado a un hombre esta noche.
Jose.- ¿Que me dices?
Luis.- Lo que oyes.
José.- ¿Pero como, por qué, donde?
Luis.- Pilló a su mujer en la cama con otro.
José.- ¿A la Maru?
Luis.- La misma.
José.- ¿Pero si esa mujer es un cielo?
Luis.- Un pendón es lo que es. Mi mujer muchas veces me lo dijo, pero no quise creerla.
José.- Yo nunca me enteré de nada.
Luis.- Pues parece ser que al Eladio se le puede torear para las fiesta. Desde muy pequeña dio problemas.
José.- Te aseguro que no recuerdo ninguno.
Luis.- Pues en este pueblo los hay que si, y eso que se sepan.
José.- ¿Y que es lo que ha pasado?
Luis.- Que anoche subió a casa y su mujer se estaba trajinando a alguien. Golpes, ruidos y gritos. Sacaron un fiambre.
José.- Si el Eladio es es tío más tranquilo que conozco.
Luis.- Pero su padre tiene muy mala sangre. Yo creo que es de dedicarse tantos años a ser carnicero. Tanto usar los cuchillos y comer carne le embrutecieron, y ahora su hijo sacó la herencia.
José.- No sé, a mí me parece que es un muchacho de lo más calmado, y su padre, salvo que tiene un vozarrón capaz de asustar un toro bravo, no le veo violento.
Luis.- Las apariencias engañan. Esta mañana encontraron escondida la colcha de la cama de la Maru, parece que todas las vecinas la conocían por ser única. Hecha jirones y empapada en sangre, pero mucha mucha sangre.
José.- ¿Tú que crees que pasó?
Luis.- Pues que debió de apuñalarle con unos de los cuchillos de su padre. Espera y veras como también sacan el colchón acribillado.
José.- Me dejas estupefacto. ¿Y del infeliz que se le ocurrió manchar su honra?.
Luis.- Nada se sabe seguro, pero para mí que es el Manuel, el hijo de la Esperanza. Siempre andan juntos y más de una vez se echan unos ojitos...
José.- Hombre Luis, no me jodas, se han criado juntos, sus madres son primas hermanas y encima vecinas. Son como hermanos.
Luis.- Si, pero no lo son. Y tanta cercanía sin el respeto de la familia...
José.- Luego me acerco a las doce como siempre y seguimos hablando, haber si te enteras de algo más, que tengo que llegar temprano, al concejal se le ha ocurrido algo y yo tengo que hacer de perrito faldero. Abur.
La noche aun cubría la plaza. A penas algunos pasos perdidos se dejaban oír. La única que se afanaba en su qué hacer diario era Doña Elvira, la kiosquera, colocando revistas y periódicos con las noticias del día, sus clientes no tardarían en aparecer.
Su kiosco se encontraba en mitad de la plaza, que aunque se llamaba de San Marcial, todo el mundo la conocía como la del Rombo. Cuando se construyó el ayuntamiento, se hizo un edificio robusto y de buen tamaño, con la idea de enfrentarlo con la única edificación que entonces había, una hilera de viviendas de tres plantas, cuyos bajos era aportillados y llenos de comercios, el nervio del pueblo, pero nadie sabe por qué, se desplazó más de veinte metros hacia la derecha. El pueblo siguió creciendo, y en sus laterales se construyó viviendas, y sin ninguna razón que alguien recuerde, se hicieron inclinados para cerrar la plaza. Por eso, a pesar que en cada esquina reza un cartel de Plaza de San Marcial, pocos en el pueblo recuerdan este nombre, siendo nombrada siempre como la del Rombo.
Con el tiempo la cerraron en su paso para vehículos, llenándola de árboles, que ha esta altura de la primavera, se encontraban llenos de pájaros que trinaban y revoloteaban esperando que la luz apareciera para juguetear y comer sus primeros insectos del día.
El primer cliente apareció para comprar el periódico.
Doña Justa.- Buenos días Doña Elvira, ¿me puede acercar el imparcial? Mi marido quería leer a primera hora un artículo sobre no sé qué antes de echarse adormir.
Doña Elvira.- Buenos días Doña Justa. ¿Terminó su marido la faena?
Doña Justa.- Hace ya rato, estará limpiando el horno, ya sabe que es muy limpio y no quiere dejarlo para más tarde. Yo abro en un momento para los primeros despachos de pan y bollería.
Doña Elvira.- Es muy sacrificada la vida de panadero, pero al menos les da para vivir dignamente.
Doña Justa.- ¿Ha pasado mala noche? La veo mala cara.
Doña Elvira.- Si yo la contara......
Doña Justa.- Pues cuente cuente, que unos minutos aun me sobran.
Doña Elvira.- No quisiera pecar Doña Justa, que sabe usted que yo soy persona discreta y alejada de cotilleos mal intencionados...
Doña Justa.- Que me va a contar usted Doña Elvira, la tengo por Santa.
Doña Elvira.- Tampoco es eso, aunque se agradece el cumplido.
Doña Justa.- Me tiene en ascuas amiga.
Doña Elvira.- Esta noche ha habido una desgracia en este pueblo.
Doña Justa.- ¿Que desgracia?
Doña Elvira.- Andaba yo asomada al balcón esta noche, cuando vi al Eladio pasar por debajo, fumándose un cigarrillo de camino a casa. Al rato oí un tremendo estruendo, y los alaridos de un hombre que no eran los de Eladio, los gritos de auxilio de su mujer, Maru, y unos gruñidos e improperios del marido. No tardó mucho en llegar la Guardia Civil, que cruzaron con el coche la plaza, y ya sabe usted que si no es por una urgencia lo tienen prohibido, y al poco una ambulancia.
Doña Justa.- ¿Y que creé usted que pasó?
Doña Elvira.- Todo a punta a que el marido llegó y descubrió a su mujer con otro hombre en la cama.
Doña Justa.- ¡Mujer, que cosas dice!
Doña Elvira.- No se piense que hablo por hablar, que bien sabe que a mí no me mueve la curiosidad, que si fuera así podría haberme asomado al balcón.
Doña Justa.- Si su balcón da a la plaza y el portal del Eladio y la Maru a la calle de la iglesia....
Doña Elvira.- Pero algo hubiera visto...en cualquier caso al salir hacia aquí me encontré una cosa que terminó de convencerme.
Doña Justa.- ¿El qué?
Doña Elvira.- En el cubo de basura estaba la colcha de la Maru, esa de hilo tan bonita que le regaló su abuela, hecha trizas y empapada de sangre.
Doña Justa.- Me deja de piedra.
Doña Elvira.- Por favor, le pido la máxima discreción, no quisiera yo que esto se supiera y pensara la gente que yo....
Doña Justa.- Por su puesto Doña Elvira, seré una tumba.
La panadera se alejó pensativa hacia su tahona, resguardando su pescuezo en el cuello de la rebeca. El sol enviaba sus primeros rayos por detrás del ayuntamiento, levantando el fresco matinal, llenando del rocío plantas y jardines. Las farolas perdían su brillantez nocturna, mientras los verderones y gorriones cantaban sin parar. Ya se veía alguna persona salir somnolienta de sus portales, para dirigirse a trabajar. Abrió las puertas y se situó tras el mostrador. Luis, el dueño del bar El Cantero, llamado así en honor al padre de su propietario, que en vez de darle al grifo de la cerveza, le daba al martillo y al cincel, entró como todas las mañanas, para recoger el condumio que sus clientes solían desayunar.
Luis.- Buenos días Doña Justa.
Doña Justa.- Buenos días vecino.
Luis.- Lo de siempre, bueno, hoy póngame alguna ensaimada más, que parece que esta semana están haciendo furor y se me queda con ganas la parroquia.
Doña Justa.- Esta semana le salieron muy ricas a mi marido, (un profundo suspiro salió por su boca).
Luis.- ¿Que la pasa? La veo algo preocupada.
Doña Justa.- Que la vida esta muy revuelta Don Luis, y el mundo ya no es lo que era.
Luis.- Muy filosófica la veo esta mañana, eso es que pasó mala noche.
Doña Justa.- Peor la pasaron otros.
Luis.- ¿A qué se refiere?
Doña Justa.- No sé, no debería contárselo, la discreción es parte de mi vida y no quisiera que se me pudiera tachar de lo contrario.
Luis.- ¡Mujer! Ya se que usted es una persona centrada y de muy buenos sentimientos. Me tiene comido por la preocupación, ¿es qué le ha pasado algo grave?
Doña Justa.- No por Dios, a mí que me va a pasar, si mi vida transcurre en el orden y el respeto, pero a otros....
Luis.- ¿Pero qué es? Si no se aclara no entiendo nada.
Doña Justa.- Qué esta noche ocurrió una desgracia en este pueblo. Mejor dicho, en esta plaza.
Luis.- Dígame algo que ya me tiene alterado.
Doña Justa.- El Eladio pilló a su mujer en la cama con otro hombre y se ajustaron algunas cuentas.
Luis.- ¿Que me dice?
Doña Justa.- De muy buena tinta me llegó la noticia. Parece que algo se escamaba el marido y volvía a casa algo nervioso, fumando sin parar. Se formó una gran escandalera por las tres partes de gritos y golpes, y como resultado se presentó la Guardia Civil y sacaron en ambulancia a alguien.
Luis.- ¿Pero fue grave?
Doña Justa.- La sangre corrió y mucho. Se encontró la colcha de la Maru destrozada y llena de sangre en la calle esta mañana.
Luis.- ¿Y quién fue el infractor?
Doña Justa.- No se sabe, pero se sabrá, no lo dude. Siempre me pareció la Maru mujer de cascos ligeros, así que no me extraña el suceso.
Luis.- ¿La Maru de cascos ligeros?, no recuerdo que pasara nada en su vida que me diera esa opinión.
Doña Justa.- ¿No?, pues yo recuerdo cuando se la buscó con mucha preocupación por parte de sus padres, unas fiestas de San Juan, y se la encontraron en el pajar de la tía Eulalia con Antonío, el hijo de la dolores. Todo el pueblo salió a su búsqueda pensando en lo peor, menudo escándalo.
Luis.- Pero mujer, tenían 12 años y lo que estaban haciendo era desplumar a las gallinas de la tía Eulalia, y el escándalo se formó por qué se negaron a pagárselas, decían que con plumas o sin ellas seguían poniendo huevos y que no había reparación alguna, nada más que la satisfacción de ver a los gamberros con el culo bien azotado y encerrados en sus casas por todo el verano.
Doña Justa.- Ya ya, eso es lo que recuerda...pero yo recuerdo más. ¿Y el día de feria que se la encontró en aptitud poco decente con Felipe el cojo? Allí si que eran más mayorcitos.
Luis.- Estaban agarrados de la mano y debían tener 16 o 17 años, a esa edad todos hemos buscado ya pareja. Yo con mi mujer me junté a los 17, cuando ella tenía 16.
Doña Justa.- Pero las indecencias no se sacan en publico.
Luis.- Pero de la mano...
Doña Justa.- Si en mitad de la feria se deja agarrar de la mano vaya usted a saber que se dejara tocar en los oscurosLuis.- Visto así...
Doña Justa.- La cuestión es que la que empieza tan joven a torcerse no es de extrañar que nunca enderece. Y de esas lluvias...vienen estos torrentes.
Luis.- Me deja con la boca abierta Doña Justa. La dejo que tengo que abrir ya, los primeros cafés están apunto de ser servidos.
Doña Justa.- Por favor Don Luis, no necesito recordarle que esto que le he contado lo he hecho con usted por saberle de toda confianza, pero la discreción...
La mano del tabernero se levanto en aptitud solemne mientras sus ojos mostraban una mirada de confianza.
Luis.- Ni lo dude querida vecina, ni lo dude.
Salió de camino a su negocio, con la cabeza bullendo y la cesta de los bollos bien agarrada. Apenas tardó unos instantes en llegar y abrirla puerta, pues ya hacia rato que los cierres se levantaron y la cafetera fue encendida para darle presión al agua.
La plaza empezaba a poblarse, poco a poco, acompañando al sol, que ya iluminaba los soportales de enfrente, liberándolos del frío de la piedra y de esa oscuridad misteriosa que siempre los acompaña. Los funcionarios iban llegando a su función, y José, el conserje del mismo, más antiguo incluso que el reloj que presidía el edificio, según su costumbre, entró en El Cantero a tomar una café.
José.- Buenos días Luis. Si hoy también pescaste una de esas ricas ensaimadas me la pones en un plato junto a míLuis.- Ahora mismo.
José.- Por Dios, que escueto andas hoy. ¿Te quemaste la lengua con la plancha?
Luis.- Que va. Las noticias que corren hoy por el pueblo son de gravedad, y ando con una desazón...
José.- ¿Que noticias?. Temprano quieres tu que corra la pólvora por estos lares.
Dándole mucho misterio, mirando hacía un sitio y otro, le señaló la esquina de la barra para contarle la confidencia, a pesar de ser los dos únicos vecinos que estaban allí. Se alzó ligeramente por encima de la barra para susurrarle y José, contagiado de la intriga, hizo lo mismo.
Luis.- El Eladio a matado a un hombre esta noche.
Jose.- ¿Que me dices?
Luis.- Lo que oyes.
José.- ¿Pero como, por qué, donde?
Luis.- Pilló a su mujer en la cama con otro.
José.- ¿A la Maru?
Luis.- La misma.
José.- ¿Pero si esa mujer es un cielo?
Luis.- Un pendón es lo que es. Mi mujer muchas veces me lo dijo, pero no quise creerla.
José.- Yo nunca me enteré de nada.
Luis.- Pues parece ser que al Eladio se le puede torear para las fiesta. Desde muy pequeña dio problemas.
José.- Te aseguro que no recuerdo ninguno.
Luis.- Pues en este pueblo los hay que si, y eso que se sepan.
José.- ¿Y que es lo que ha pasado?
Luis.- Que anoche subió a casa y su mujer se estaba trajinando a alguien. Golpes, ruidos y gritos. Sacaron un fiambre.
José.- Si el Eladio es es tío más tranquilo que conozco.
Luis.- Pero su padre tiene muy mala sangre. Yo creo que es de dedicarse tantos años a ser carnicero. Tanto usar los cuchillos y comer carne le embrutecieron, y ahora su hijo sacó la herencia.
José.- No sé, a mí me parece que es un muchacho de lo más calmado, y su padre, salvo que tiene un vozarrón capaz de asustar un toro bravo, no le veo violento.
Luis.- Las apariencias engañan. Esta mañana encontraron escondida la colcha de la cama de la Maru, parece que todas las vecinas la conocían por ser única. Hecha jirones y empapada en sangre, pero mucha mucha sangre.
José.- ¿Tú que crees que pasó?
Luis.- Pues que debió de apuñalarle con unos de los cuchillos de su padre. Espera y veras como también sacan el colchón acribillado.
José.- Me dejas estupefacto. ¿Y del infeliz que se le ocurrió manchar su honra?.
Luis.- Nada se sabe seguro, pero para mí que es el Manuel, el hijo de la Esperanza. Siempre andan juntos y más de una vez se echan unos ojitos...
José.- Hombre Luis, no me jodas, se han criado juntos, sus madres son primas hermanas y encima vecinas. Son como hermanos.
Luis.- Si, pero no lo son. Y tanta cercanía sin el respeto de la familia...
José.- Luego me acerco a las doce como siempre y seguimos hablando, haber si te enteras de algo más, que tengo que llegar temprano, al concejal se le ha ocurrido algo y yo tengo que hacer de perrito faldero. Abur.
La noticia le había dejado sorprendido. En un pueblo tan tranquilo uno se acostumbra a que los días pasen sin novedad alguna, y una cosa así...
El calor se empezaba a notar, y los pájaros, huyendo de su azote, buscaban los rincones más frescos de la plaza, disminuyendo ya sus trinos y sus vuelos. Ya se oían conversaciones y saludos, todo se despertaba y la actividad surgía por los rincones. José entró en la frutería recién abierta.
José.- Buenos días Doña Margarita. Deme unas cebollas, que mi mujer se quedó sin ninguna y me mando el recado por qué hoy no podrá acercarse.
Doña Margarita.- Buenos días don José. ¿Que es lo que la ocupa?
José.- Su madre, lleva unos días muy fastidiada y no se quería separar de ella, el reuma la esta matando.
Doña Margarita.- Si, yo se bien lo que es eso, cada mañana pido a Dios que me lleve pronto para librarme de este sufrir.
José.- Otros sufren más Doña Margarita, otros sufren más.
Doña Margarita.- Le veo hoy muy negativo, ¿se encuentra usted también mal?
José.- Noticias que me tienen muy preocupado.
Doña Margarita.- ¿Alguna desgracia familiar?
José.- Por suerte en mi familia de momento no, pero si en las de otros.
Doña Margarita.- ¿Y cuales son ellas?
José.- Un terrible suceso que a costado una vida.
Doña Margarita.- No me diga. Ahora la preocupada soy yo.
La cara de la frutera era un poema. Aguantaba la respiración intentando que no se le notara los bichos que por dentro le corrían. Tenía ganas de agarrar a ese gañan y de dos bofetadas sacarle toda la información. Ella tenía solo tres preocupaciones en la vida, el bienestar de su marido, hombre al que quería mucho, la fruta, de la que llevaba ganándose los duros desde chiquitita, y la vida de los demás, fuente inagotable de sus tertulias e imaginación. A pesar de ello aguanto impávida el suspense que el conserje imponía por su relato haciéndose el interesante.
José.- Lo que le voy a contar es en la más estricta confidencialidad, recurro a su sensatez para mantener el secreto.
Doña Margarita.- Por Dios señor, yo soy una tumba. Mi cabeza esta llena de secretos que nunca mis labios pronunciaron, puede preguntar a cualquiera en el pueblo.
José.- Lo sé, lo sé...Eladío a matado a Manuel esta noche.
Doña Margarita.- ¿Eladio? ¿el marido de la Maru?
José.- Ese mismo.
Doña Margarita.- ¿Y que Manuel?
José.- El hijo de la Esperanza.
Doña Margarita.- Pero...¿a qué se debió tal desatino?
José.- Les pilló en plena lujuria desenfrenada.
Los ojos de la oyente casi se salen de sus órbitas. Pensaba en todo lo que podría cacarear a costa de esto. Una mina de oro... ¿que de oro?, de oro y diamantes.
Doña Margarita.- ¿Se sabe como sucedió?
José- El Eladio debía estar ya en la pista, y se creé que no era la primera vez, ni el primer hombre. Al anochecer, algo más tarde de lo habitual, regresaba a casa. Seguramente se pasó por el viejo local de su padre a recoger el cuchillo que sirvió de arma mortal. Se le vio regresar muy nervioso, y nada más llegar se lió a golpes y porrazos, dando gritos, a los que correspondía su mujer con otros de auxilio, y el Manuel de dolor. Le debió apuñalar sobre la cama con saña, la colcha y el colchón terminaros ensartados y trinchados como un pavo de Navidad. La sangre corrió a ríos.
Doña Margarita.- Nunca quise creer cuando mis amigas me decían que la Maru no era tan honrada como parecía, pero mira como sale siempre a relucir la verdad. Yo soy bien pensada de naturaleza, pero lo del Manuel me tenía mosqueada. Muchos abrazos y muy besucones, demasiados para la escusa de que eran como hermanos. Yo a mi hermano le quiero mucho, pero nunca nos tomamos las familiaridades que ellos. En el fondo va a ser verdad eso de “piensa mal y acertaras”.
José.- Nunca sabe uno donde hay un terrible secreto.
Doña Margarita.- Menos mal que aun quedamos gente decente.
José.- El espectáculo tuvo que ser grave. La Guardia Civil, no se cuantos coches, ambulancias, me imagino que no se sabría el número de victimas, y los gritos de dolor y angustia. Seguro que les costó hacerse con el Eladio, es delgado, pero muy nervudo, y en ese estado...
Doña Margarit.- Gracias por contármelo. Y vaya tranquilo, seré de lo más discreta.
José.- Se lo agradezco, adiós.
Según salió el conserje Margarita se asomó a la puerta. En cuanto se aseguró de que no la vería cerró el establecimiento con un cartel de “vuelvo en diez minutos” y salió disparada hacia la mercería que tenía enfrente, al otro lado de la plaza. Corrió tanto que llegó jadeante.
Doña Margarita.- Buenos días Doña Alicia.
Doña Alicia.- Buenos días. ¿Que la pasó que llega con los pulmones asomando por la boca? ¿Se declaró fuego?
Doña Margarita.- No amiga, por fin se confirmó eso que tantas veces le dije y usted no creía.
Doña Alicia.- ¿El qué? Hable por Dios que me tiene en ascuas.
Doña Margarita.- La Maru es un putón.
Doña Alicia.- ¿Pero que ha pasado?
Doña Margarita.- Esta noche se montó la marimorena. Su marido sabía de las infidelidades de la muy zorrona, y les tendió una trampa. La aviso de que llegaría tarde para que pecaran, pero lo que hizo es, al salir de trabajar, recoger uno de los cuchillos de cortar carne de su padre e regresar a casa de sorpresa. Y allí los encontró, fornicando en el lecho nupcial. Le ha debido dejar destrozado a base de tajos con la hachuela. Toda la cama a acabado ensangrentada y sin otro uso que la basura. Luego persiguió a su mujer entre gritos e improperios, destrozando mobiliario y todo lo que pillaba por medio. Si no llega la Guardia Civil atraídos por el escándalo, de seguro que a ella también la mata.
Doña Alicia.- ¿Y con quien fue cogida en la cama?
Doña Margarita.- ¿Con quién va a ser?. Aunque soy de naturaleza confiada y bien pensada hay cosas que no se me pasan por alto, es un don. En muchas ocasiones la señalé una relación que me parecía antinatural, y a pesar de ello nunca me creyó.
Doña Alicia.- ¿Con el Manuel?
Doña Margarita.- Con el mismo.
Doña Alicia.- Espere que me siente un momento que me tiemblan las piernas. Pobre Eladio, a pesar de su crimen él es la victima inocente. Como se puede llegar ha hacer una atrocidad semejante, con lo buen chico y trabajador que es. Cuantas quisieran un marido tan fiel y abnegado.
Doña Margarita.- Pues ya ve usted, para que luego dude de mis palabras y me diga que invento más de lo que sé.
Doña Alicia.- Desde luego amiga ya no dudaré más.
Doña Margarita.- Bueno, la dejo, más tarde la contaré alguna otra cosa, que he dejado el negocio cerrado y tenemos que seguir viviendo.
Doña Alicia.- Yo también me tengo que ausentar un momento, que tengo que llevarle unos encajes a Tere para el traje de la comunión de su hija.
Otra puerta se cerró y otro cartel de “vuelvo en diez minutos” colgado de su picaporte.
Daba el reloj del ayuntamiento las doce, con esos campanones de sonido grave y timbroso. El sol apuntaba alto y el calor, excesivo para esas épocas, se dejaba caer sobre la plaza del rombo. De las ventanas de los vecinos salían ya los placenteros olores a puchero, a guiso, a asado, que empezaban a prepararse para la llegada de los comensales un par de horas después. Todo parecía normal, todo parecía tranquilo, pues a esas horas los vecinos se dedicaban a sus tareas diarias sin muchas distracciones. Pero esa mañana no era normal, y en El Cantero, se congregaba mucha gente, demasiada para lo que era normal. Nadie hablaba con claridad, pero todos susurraban con el vecino, esperando la llegada de una nueva noticia del trágico acaecido horas antes. Queriendo ser el primero en contarle la novedad al de su vera, dándose postín e importancia.
Un pequeño grito cruzó el bar, y todos miraron a la asustada, y de inmediato a la plaza, donde esta dirigía su vista. El silencio quebró el sonido, haciéndolo sepulcral, ni cuando estaba cerrado de noche quedaría tan mudo el local. La Maru se acercaba y se disponía a entrar. Su cara andaba demacrada, víctima de un sueño evidente, y de angustia. Todos estaban pendientes del más mínimo gesto, un pasillo se abrió dejándola paso hasta la barra.
Luis.- Buenos días Maru.
Maru.- Buenos días Luis. Haz el favor de ponerme un café bien cargado, haber si soy capaz de despejarme.
Luis.- Te veo muy mala cara ¿Pasó algo?
Maru.- Si, una desgracia muy grande.
Luis.- Pues cuenta, cuenta.
Si las orejas fueran elásticas tocarían suelo y techo. A más de uno se le olvidó respirar, con claro peligro de asfixiarse. La expectación y la tensión eran tal que podría haber saltado una chispa perfectamente.
Maru.- Anoche tuvo que venir la Guardia Civil y una ambulancia a casa.
Luis.- Algo me han comentado, pero nadie sabía por qué.
Maru.- Se me había reventado la cañería de la cocina, y tuve que llamar al fontanero de urgencia. Cuando el hombre andaba por debajo del fregadero picando la pared para arreglar la avería, todos los muebles altos cayeron,
aprisionando al hombre con todo encima. Empecé a gritar del susto, me temblaba todo el cuerpo, de suerte que mi marido entraba en ese momento por el portal y subió corriendo. Al ver el espectáculo me empezó a chillar para que reaccionara, el miedo me dejó como si fuera de piedra, para que le ayudará a retirar todo y salvar al pobre hombre. Hicimos un ruido atronador, me extraño que ningún vecino se acercara a cotillear, pero conseguimos sacarle. Eladio llamó a una ambulancia y a la Guardia Civil, mientras yo intenté cuidar del fontanero, el pobre andaba inconsciente con toda la cabeza rota. Para intentar pararla usé la colcha de hilo que me regaló mi abuela, con el cariño tan grande que la tenía, pero estaba en la cocina para lavarla y con el derrumbe quedó hecha trizas. No te puedes imaginar la cantidad desangre que le salió, yo creo que no le puede quedar más dentro del cuerpo.
Luis.- ¿Y Eladio?
Maru.- Ahora anda en el cuartelillo dando declaración. Tuvo que pasar también por el hospital, pues se dio muchos cortes profundos al sacar al pobre hombre, menudos alaridos pegaba, pero mi Eladio es muy hombre y bueno, y no paró ni un instante a pesar del dolor. El que me preocupa es el fontanero, nos han dicho en el hospital que puede llegar a quedarse paralítico por el trompazo que se llevó en la espalda. No nos hemos separado de él en toda la noche hasta que esta mañana no llegó su mujer, son de otro pueblo y costó encontrarlos.
Voz de fondo.- ¿Y el Manuel?, se oyó por detrás de todos en boca de una mujer.
Maru.- ¿El Manuel? Quién, ¿mi primo?
Voz de fondo.- Si
Maru.- ¿Y qué tiene que ver él?
Voz de fondo.- ¿No estaba?.
Maru.- ¿Pero como va ha estar si lleva más de una semana en Segovia? Esta ingresado en el hospital provincial por una gripe que le tiene al maltraer. Por cierto, cuanta gente hay aquí hoy, ¿pasó algo?
Luis.- No, que las ensaimadas de Doña Justa están haciendo furor y hoy hay hambre.
Maru.- Bueno Luis, te dejo, que voy a ver si acabó mi marido y volvemos a casa, estoy deseando descansar un poco.
Luis.- Adiós Maru, que todo se solucione.
Cuando salió el silencio seguía latente. Todos se miraban de reojo con una expresión de “ya te lo dije”, y alguna voz empezó a sonar en pequeños cuchicheos.
voz de fondo.- Ya me extrañaba a mí
voz de fondo.- Una chica tan buena y decente.
voz de fondo. -Con lo que se quieren.
voz de fondo.- Ese hombre es incapaz de hacer daño a una mosca.
El bar se fue desalojando poco a poco. En la plaza de San Marcial, conocida como la del Rombo, la vida empezaba a tomar su pulso normal, con la primavera anunciando un cálido verano, los pájaros la alegría de vivir, y sus vecinos que es mal negocio el aburrimiento y los cotilleos. Se juntaban en pequeños grupos, aprovechando sombras y tejadillos, con un cigarro en la boca, y un ligero movimiento de negación con la cabeza.
Doña Margarita.-¡Manzanas! ¡Peras! ¡El mejor melocotón de la región!
Doña Justa.- ¡Aquí los mejores bollos para sus niños! ¡Compren!
Doña Elvira.- ¡El diario de Castilla! ¡Las noticias más frescas!
Doña Alicia.- ¡Tengo las mejores telas para sus vestidos!
José.- ¡De parte del señor Alcalde.......
Se podía escuchar en la plaza de San Marcial.
El calor se empezaba a notar, y los pájaros, huyendo de su azote, buscaban los rincones más frescos de la plaza, disminuyendo ya sus trinos y sus vuelos. Ya se oían conversaciones y saludos, todo se despertaba y la actividad surgía por los rincones. José entró en la frutería recién abierta.
José.- Buenos días Doña Margarita. Deme unas cebollas, que mi mujer se quedó sin ninguna y me mando el recado por qué hoy no podrá acercarse.
Doña Margarita.- Buenos días don José. ¿Que es lo que la ocupa?
José.- Su madre, lleva unos días muy fastidiada y no se quería separar de ella, el reuma la esta matando.
Doña Margarita.- Si, yo se bien lo que es eso, cada mañana pido a Dios que me lleve pronto para librarme de este sufrir.
José.- Otros sufren más Doña Margarita, otros sufren más.
Doña Margarita.- Le veo hoy muy negativo, ¿se encuentra usted también mal?
José.- Noticias que me tienen muy preocupado.
Doña Margarita.- ¿Alguna desgracia familiar?
José.- Por suerte en mi familia de momento no, pero si en las de otros.
Doña Margarita.- ¿Y cuales son ellas?
José.- Un terrible suceso que a costado una vida.
Doña Margarita.- No me diga. Ahora la preocupada soy yo.
La cara de la frutera era un poema. Aguantaba la respiración intentando que no se le notara los bichos que por dentro le corrían. Tenía ganas de agarrar a ese gañan y de dos bofetadas sacarle toda la información. Ella tenía solo tres preocupaciones en la vida, el bienestar de su marido, hombre al que quería mucho, la fruta, de la que llevaba ganándose los duros desde chiquitita, y la vida de los demás, fuente inagotable de sus tertulias e imaginación. A pesar de ello aguanto impávida el suspense que el conserje imponía por su relato haciéndose el interesante.
José.- Lo que le voy a contar es en la más estricta confidencialidad, recurro a su sensatez para mantener el secreto.
Doña Margarita.- Por Dios señor, yo soy una tumba. Mi cabeza esta llena de secretos que nunca mis labios pronunciaron, puede preguntar a cualquiera en el pueblo.
José.- Lo sé, lo sé...Eladío a matado a Manuel esta noche.
Doña Margarita.- ¿Eladio? ¿el marido de la Maru?
José.- Ese mismo.
Doña Margarita.- ¿Y que Manuel?
José.- El hijo de la Esperanza.
Doña Margarita.- Pero...¿a qué se debió tal desatino?
José.- Les pilló en plena lujuria desenfrenada.
Los ojos de la oyente casi se salen de sus órbitas. Pensaba en todo lo que podría cacarear a costa de esto. Una mina de oro... ¿que de oro?, de oro y diamantes.
Doña Margarita.- ¿Se sabe como sucedió?
José- El Eladio debía estar ya en la pista, y se creé que no era la primera vez, ni el primer hombre. Al anochecer, algo más tarde de lo habitual, regresaba a casa. Seguramente se pasó por el viejo local de su padre a recoger el cuchillo que sirvió de arma mortal. Se le vio regresar muy nervioso, y nada más llegar se lió a golpes y porrazos, dando gritos, a los que correspondía su mujer con otros de auxilio, y el Manuel de dolor. Le debió apuñalar sobre la cama con saña, la colcha y el colchón terminaros ensartados y trinchados como un pavo de Navidad. La sangre corrió a ríos.
Doña Margarita.- Nunca quise creer cuando mis amigas me decían que la Maru no era tan honrada como parecía, pero mira como sale siempre a relucir la verdad. Yo soy bien pensada de naturaleza, pero lo del Manuel me tenía mosqueada. Muchos abrazos y muy besucones, demasiados para la escusa de que eran como hermanos. Yo a mi hermano le quiero mucho, pero nunca nos tomamos las familiaridades que ellos. En el fondo va a ser verdad eso de “piensa mal y acertaras”.
José.- Nunca sabe uno donde hay un terrible secreto.
Doña Margarita.- Menos mal que aun quedamos gente decente.
José.- El espectáculo tuvo que ser grave. La Guardia Civil, no se cuantos coches, ambulancias, me imagino que no se sabría el número de victimas, y los gritos de dolor y angustia. Seguro que les costó hacerse con el Eladio, es delgado, pero muy nervudo, y en ese estado...
Doña Margarit.- Gracias por contármelo. Y vaya tranquilo, seré de lo más discreta.
José.- Se lo agradezco, adiós.
Según salió el conserje Margarita se asomó a la puerta. En cuanto se aseguró de que no la vería cerró el establecimiento con un cartel de “vuelvo en diez minutos” y salió disparada hacia la mercería que tenía enfrente, al otro lado de la plaza. Corrió tanto que llegó jadeante.
Doña Margarita.- Buenos días Doña Alicia.
Doña Alicia.- Buenos días. ¿Que la pasó que llega con los pulmones asomando por la boca? ¿Se declaró fuego?
Doña Margarita.- No amiga, por fin se confirmó eso que tantas veces le dije y usted no creía.
Doña Alicia.- ¿El qué? Hable por Dios que me tiene en ascuas.
Doña Margarita.- La Maru es un putón.
Doña Alicia.- ¿Pero que ha pasado?
Doña Margarita.- Esta noche se montó la marimorena. Su marido sabía de las infidelidades de la muy zorrona, y les tendió una trampa. La aviso de que llegaría tarde para que pecaran, pero lo que hizo es, al salir de trabajar, recoger uno de los cuchillos de cortar carne de su padre e regresar a casa de sorpresa. Y allí los encontró, fornicando en el lecho nupcial. Le ha debido dejar destrozado a base de tajos con la hachuela. Toda la cama a acabado ensangrentada y sin otro uso que la basura. Luego persiguió a su mujer entre gritos e improperios, destrozando mobiliario y todo lo que pillaba por medio. Si no llega la Guardia Civil atraídos por el escándalo, de seguro que a ella también la mata.
Doña Alicia.- ¿Y con quien fue cogida en la cama?
Doña Margarita.- ¿Con quién va a ser?. Aunque soy de naturaleza confiada y bien pensada hay cosas que no se me pasan por alto, es un don. En muchas ocasiones la señalé una relación que me parecía antinatural, y a pesar de ello nunca me creyó.
Doña Alicia.- ¿Con el Manuel?
Doña Margarita.- Con el mismo.
Doña Alicia.- Espere que me siente un momento que me tiemblan las piernas. Pobre Eladio, a pesar de su crimen él es la victima inocente. Como se puede llegar ha hacer una atrocidad semejante, con lo buen chico y trabajador que es. Cuantas quisieran un marido tan fiel y abnegado.
Doña Margarita.- Pues ya ve usted, para que luego dude de mis palabras y me diga que invento más de lo que sé.
Doña Alicia.- Desde luego amiga ya no dudaré más.
Doña Margarita.- Bueno, la dejo, más tarde la contaré alguna otra cosa, que he dejado el negocio cerrado y tenemos que seguir viviendo.
Doña Alicia.- Yo también me tengo que ausentar un momento, que tengo que llevarle unos encajes a Tere para el traje de la comunión de su hija.
Otra puerta se cerró y otro cartel de “vuelvo en diez minutos” colgado de su picaporte.
Daba el reloj del ayuntamiento las doce, con esos campanones de sonido grave y timbroso. El sol apuntaba alto y el calor, excesivo para esas épocas, se dejaba caer sobre la plaza del rombo. De las ventanas de los vecinos salían ya los placenteros olores a puchero, a guiso, a asado, que empezaban a prepararse para la llegada de los comensales un par de horas después. Todo parecía normal, todo parecía tranquilo, pues a esas horas los vecinos se dedicaban a sus tareas diarias sin muchas distracciones. Pero esa mañana no era normal, y en El Cantero, se congregaba mucha gente, demasiada para lo que era normal. Nadie hablaba con claridad, pero todos susurraban con el vecino, esperando la llegada de una nueva noticia del trágico acaecido horas antes. Queriendo ser el primero en contarle la novedad al de su vera, dándose postín e importancia.
Un pequeño grito cruzó el bar, y todos miraron a la asustada, y de inmediato a la plaza, donde esta dirigía su vista. El silencio quebró el sonido, haciéndolo sepulcral, ni cuando estaba cerrado de noche quedaría tan mudo el local. La Maru se acercaba y se disponía a entrar. Su cara andaba demacrada, víctima de un sueño evidente, y de angustia. Todos estaban pendientes del más mínimo gesto, un pasillo se abrió dejándola paso hasta la barra.
Luis.- Buenos días Maru.
Maru.- Buenos días Luis. Haz el favor de ponerme un café bien cargado, haber si soy capaz de despejarme.
Luis.- Te veo muy mala cara ¿Pasó algo?
Maru.- Si, una desgracia muy grande.
Luis.- Pues cuenta, cuenta.
Si las orejas fueran elásticas tocarían suelo y techo. A más de uno se le olvidó respirar, con claro peligro de asfixiarse. La expectación y la tensión eran tal que podría haber saltado una chispa perfectamente.
Maru.- Anoche tuvo que venir la Guardia Civil y una ambulancia a casa.
Luis.- Algo me han comentado, pero nadie sabía por qué.
Maru.- Se me había reventado la cañería de la cocina, y tuve que llamar al fontanero de urgencia. Cuando el hombre andaba por debajo del fregadero picando la pared para arreglar la avería, todos los muebles altos cayeron,
aprisionando al hombre con todo encima. Empecé a gritar del susto, me temblaba todo el cuerpo, de suerte que mi marido entraba en ese momento por el portal y subió corriendo. Al ver el espectáculo me empezó a chillar para que reaccionara, el miedo me dejó como si fuera de piedra, para que le ayudará a retirar todo y salvar al pobre hombre. Hicimos un ruido atronador, me extraño que ningún vecino se acercara a cotillear, pero conseguimos sacarle. Eladio llamó a una ambulancia y a la Guardia Civil, mientras yo intenté cuidar del fontanero, el pobre andaba inconsciente con toda la cabeza rota. Para intentar pararla usé la colcha de hilo que me regaló mi abuela, con el cariño tan grande que la tenía, pero estaba en la cocina para lavarla y con el derrumbe quedó hecha trizas. No te puedes imaginar la cantidad desangre que le salió, yo creo que no le puede quedar más dentro del cuerpo.
Luis.- ¿Y Eladio?
Maru.- Ahora anda en el cuartelillo dando declaración. Tuvo que pasar también por el hospital, pues se dio muchos cortes profundos al sacar al pobre hombre, menudos alaridos pegaba, pero mi Eladio es muy hombre y bueno, y no paró ni un instante a pesar del dolor. El que me preocupa es el fontanero, nos han dicho en el hospital que puede llegar a quedarse paralítico por el trompazo que se llevó en la espalda. No nos hemos separado de él en toda la noche hasta que esta mañana no llegó su mujer, son de otro pueblo y costó encontrarlos.
Voz de fondo.- ¿Y el Manuel?, se oyó por detrás de todos en boca de una mujer.
Maru.- ¿El Manuel? Quién, ¿mi primo?
Voz de fondo.- Si
Maru.- ¿Y qué tiene que ver él?
Voz de fondo.- ¿No estaba?.
Maru.- ¿Pero como va ha estar si lleva más de una semana en Segovia? Esta ingresado en el hospital provincial por una gripe que le tiene al maltraer. Por cierto, cuanta gente hay aquí hoy, ¿pasó algo?
Luis.- No, que las ensaimadas de Doña Justa están haciendo furor y hoy hay hambre.
Maru.- Bueno Luis, te dejo, que voy a ver si acabó mi marido y volvemos a casa, estoy deseando descansar un poco.
Luis.- Adiós Maru, que todo se solucione.
Cuando salió el silencio seguía latente. Todos se miraban de reojo con una expresión de “ya te lo dije”, y alguna voz empezó a sonar en pequeños cuchicheos.
voz de fondo.- Ya me extrañaba a mí
voz de fondo.- Una chica tan buena y decente.
voz de fondo. -Con lo que se quieren.
voz de fondo.- Ese hombre es incapaz de hacer daño a una mosca.
El bar se fue desalojando poco a poco. En la plaza de San Marcial, conocida como la del Rombo, la vida empezaba a tomar su pulso normal, con la primavera anunciando un cálido verano, los pájaros la alegría de vivir, y sus vecinos que es mal negocio el aburrimiento y los cotilleos. Se juntaban en pequeños grupos, aprovechando sombras y tejadillos, con un cigarro en la boca, y un ligero movimiento de negación con la cabeza.
Doña Margarita.-¡Manzanas! ¡Peras! ¡El mejor melocotón de la región!
Doña Justa.- ¡Aquí los mejores bollos para sus niños! ¡Compren!
Doña Elvira.- ¡El diario de Castilla! ¡Las noticias más frescas!
Doña Alicia.- ¡Tengo las mejores telas para sus vestidos!
José.- ¡De parte del señor Alcalde.......
Se podía escuchar en la plaza de San Marcial.