CARA CORTADA
Triste estampa, tu deformada figura, antaño agradable, plantada ahora en una esquina, haciendo imperdonable al que pase por ahí.
Medias de dos mil usos, tomada entera por puntos, y a pesar de ello de múltiple ventilación. Terminada en tacón bajo, que de tanto tiempo de trabajo el maldito se partió.
Esa falda apretada, que no ceñida, dejo de serlo hace seis tallas, cuya cremallera estalla, y con un suspiro de alivio te enfadas, ahora que respiras mejor.
Camisa escotada que no puede ocultar pechos caídos sobre tu abultado vientre, que los hace ser más salientes, a pesar de su flacidez.
La cara embadurnada de espesa capa de crema intentando ocultar lo que no se puede tapar. El carmín duplicando tus labios. Los coloretes como un mojón. Esos ojos enmarcados, de gruesa moldura grumosa. Pajizo pelo teñido de reseca estructura, de color chillón, de peinado leonino, donde tanto falta como hay, creando algunos espacios libres de liendres y picazón.
De tu hombro cuelga un bolso de mugriento color por cuyo fondo pasaron innumerables billetes por los servicios prestados y donde todavía reposa el ticket del alquiler por una hora de la habitación de una miserable pensión, criadero de chinches y cucarachas, donde ganaste tus últimos dineros.
Después de tantos años, lo único que conseguiste es un húmedo cuarto al que llamas hogar. Tus pocos recuerdos agradables reposan en él, como si fuera un mausoleo. Una vida resumida entre moho y polvo. No podía faltar el cuadro en que saliste realmente preciosa. Contabas tan solo 17 años. Fresca, lozana, con una sonrisa tan inocente como nunca volviste a tener. Como te engatusó ese maldito pintor. Cuantas promesas incumplidas y sueños rotos. Ya te veías presidiendo una galería dedicada a un famoso pintor y su musa, belleza incombustible al tiempo. Recordada por personas que nunca te conocieron.
Como soñaste con esa casa colonial que decía el mentiroso tener allende los mares, donde su fama era cierta.
Después vinieron muchos. Demasiados, de cada uno guardabas la ilusión secreta de que fuera el que te sacara de ese circulo vicioso. Pero noches de alcohol y mala vida fueron destruyendo tu belleza, y al mismo tiempo la solicitud de tus servicios y la generosidad en los regalos. Todavía creíste tener una oportunidad cuando rozabas lo 25 años. Era un viudo todavía presentable, acomodado y educado, pocos te habían tratado así. Aun conservas el mantón de Manila que te regaló y que conservas como oro en paño. Otros regalos los tuviste que vender por necesidad, pero de ese nunca te desprenderás. No podrías. Su hijo se interpuso entre los dos, el muy cabrón no quería compartir, había vivido como un señorito a costa del padre y veía peligrar su ascendencia sobre su sustento. No tenia una gran fortuna, pero si la suficiente para vivir desahogado sin grandes lujos, y en aquella época ya te diste cuenta que eso era mucho. Al ritmo en que gastaba el hijo no durarla muchos años y esa era la única idea que te hizo salir de esa casa con la suficiente dignidad, que el cabrón, al final, tendría que doblar la espalda y se le bajarían esos humos que tenia de ricachón, y no habiéndose dedicado más que a juergas, mal lo iba a pasar.
A partir de ahí cada vez bajaras un peldaño, llegar a yacer con cualquiera que tuviera para invitarte a unas copas y unas monedas que dejarte en la mesilla. Luego tocó empezar a frecuentar los locales donde había profesionales. Las primeras peleas por un cliente, por unos derechos adquiridos. Empezar a guardar acero en el bolso por miedo a la calaña de gente con la ya recalabas. Tíos intentando chulearte y vivir de tu trabajo. Las primeras palizas. En una de ellas el mal nacido te pego un tajo en la cara, la herida se te infectó y no tenias medios para pagarte un doctor que te apañara esa herida, y ahora te cruza una grotesca cicatriz desde la sien a la barbilla. Fue entonces cuando empezaron a llamarte “carapartia”. Más veces te han rajado, pero nunca tan visible, tan sumamente humillante, Sabia perfectamente el daño que te estaba haciendo, los clientes que te podía espantar por esa marca, pero le dio igual. Así te maten. Eso hizo que bajara tu caché, eso y la pierna quebrada. El marinero era alto, rubio, de pelo ensortijado y dura barba. Fuerte como un buey, violento como una tormenta. Creíste dominarle, y cuando estallaba sabias retirarte, siempre recibían los demás y tú terminabas apaciguándole. Pero ese día la tormenta se dirigió hacia ti. Le llegó el rumor de que él seguía siendo un simple marinero en tierra, pues tenia también capitán, “Carapartia”. Según le viste entrar en la taberna te diste cuenta, sus ojos desprendan ese fulgor con el que miraba a sus adversarios antes de una pelea, solo que esta vez te miraba a ti, solo a ti. Con los puños apretados y la mandíbula tensa avanzo y te convertiste en una estatua, tu corazon dejó de latir y tus pulmones de respirar, nunca una mole tal de músculos y ron te había embestido. Solo sentiste el primer puñetazo, y no fue doloroso. Fue como si cayeras a un profundo pozo una y otra vez, iluminado con velas y con un sabor espeso y dulzor recorriéndote la cara, el pecho y la garganta. El dolor vino después, cuando despertaste a los días. El animal te apaleo como a un pelele, como si fueras más hombre y para terminar, demostrando lo que le importabas, te levantó en vilo y te lanzó contra el mostrador. Nadie, nadie hizo lo mas mínimo, ni llamar a la policía. Te podía haber descuartizado y no hubieran ni pestañeado.
Entre las muchas cosas que te hizo, te partió un tobillo, que nunca has recuperado y por el que cojeas aún. Seis meses tardaste en volver a la calle, y gracias diste, que casi todo el mundo se sorprendido de verte viva. Les dabas lastima, hasta te daban limosna por lo cadavérica que te veían.
Durante las siguientes semanas, poco a poco, te recuperabas, los dolores eran mas tenues, pero constantes. Ejercer era doloroso, mucho, pero era la única manera de comer.Todo parecía volver a la normalidad, cuando recaló un barco en el puerto.Según te enteraste empezaste a temblar, era el suyo. Vendría ansioso de peleas, hembras y alcohol y no sabias si todavía eras blanco de sus iras.
Corriste a encerrarte, y allí permaneciste dos días, con la mente en blanco y tu pulso al mínimo. Casi muerta. Pero un guasón con muy mala leche se paró debajo de la ventana de tu habitación y empezó a burlarse de ti,
gritando que el rubio estaba deseando ver a su damisela. Ahí empezaste a reaccionar. Así no podía ser. Si cada vez que viniera te encerrabas te morirías de hambre. La convalecencia acabo con tus exiguos ahorros. Y cuando se fuera solo te querrían para reírse de ti, como el guasón. Algo se empezó a moverse dentro de ti. ¿ Y que más da ¿. Si le huías no tendrías oportunidades, y si te quería encontrar sabía donde. Te arreglaste y fuiste al puerto. No sabes que te llevó a la taberna que él más frecuentaba. Y allí estaba, fanfarroneando como siempre, apoyado sobre la barra con una fulana a su diestra. Te vio, pálida, aun demacrada, cojeando y mal peinada. Apartó a la otra, abrió los brazos y exclamo,” pero si estas viva ¡ Cuando quiera escribirte siempre te llegará la carta, solo hay que poner, puta, coja y marcada, todo el mundo te conocerá”, y estallo a reír. Como reía el desgraciado, y todos los de más para hacer comparsa. Pasaste de tenerle miedo a sentir un profundo odio. Se aceleró tu pulso. Y reía. La rabia te aumentaba, solo oías el coro de voces que te humillaban. Notabas calor en tus mejillas y la rápida respiración. El hijo de perra casi te mata, meses de dolor y necesidad, y encima se ríe, te humilla. Se dio la vuelta y se apoyó sobre la barra mientras acompasaba sus carcajadas con manotazos. El muy idiota se regocijaba de su propia estupidez. Instintivamente echaste mano al bolso y notaste la fina navaja que llevabas. Asiste del mango con fuerza y la sacaste. Pegaste la mano al cuerpo y avanzaste hacia él. Se giró al notarte detrás y poniéndose a medio metro de ti, puso sus brazos en jarras y río más fuerte echando su mentón hacia tras. Pensaste “tú ya no te ríes más”, y lanzando rápidamente tu mano, antes de que se diera cuanta, le hincaste el acero en la garganta. Ya no reía el idiota, ahora chillaba como un puerco en un matadero. Retrocedía unos pasos mientras empujabas a empellones, como si quisieras sacarla por el otro lado. La sangre manaba abundantemente. El silencio se hizo sepulcral, solo roto por los cada vez más guturales gritos del gigante. Cayó de rodillas ante ti. “Ríete ahora, ríete, que apartir de ahora la que se va a reír es la puta, coja y marcada, cuando recuerde como chillan los cerdos”. Se aferro a tu vestido con las únicas fuerzas que le quedaban. Tú te apartaste a la vez que le sacabas la navaja de su cuello. Brotó un enorme chorro de sangre y el rubio se desplomó. Te diste la vuelta y comprobaste la cantidad de ojos que te observaban con una mezcla de diferentes sentimientos, asombro, admiración, regocijo, miedo. Entonces te fijaste en una chapa bruñida y te viste reflejada, todavía con el arma homicida en la mano y toda cubierta de sangre. Hasta ese momento no habías sido consciente de lo ocurrido. Menos mal que tu cabeza reacciono rápidamente y con calma. Cortaste un mechón del difunto. Tenías derecho a tu trofeo de caza. Enseñaste a todos tu mano con la hoja ensangrentada, dando a entender que si hablan a ti te daba lo mismo uno que dos, y saliste corriendo hacia las habitaciones de la planta de arriba, donde siempre guardabas ropa de repuesto. Te lavaste rápidamente para quitarte la sangre, te cambiaste y saliste por la ventana. Como alma que lleva el diablo y sin mirar para atrás fuiste dejando millas entre tu espalda y el puerto. No volverías a ver jamás el mar, ni a querer nada de un marinero. Evitabas los caminos concurridos, las poblaciones, comías lo que podías robar y dormias al raso. Esa maldita pierna dolía como el primer día, pero no te quejabas. Fuiste esquivando cualquier atisbo de personas, hasta que harta del polvo de los caminos pediste ayuda en un pueblo. Atropellaste una rara excusa. Pero no preguntaron mucho. En una aldea con tres hombres de mediana edad habitando, y la más joven de las mozas peinaba canas, una mujer era bien recibida. Comida y cama, compartida, no faltó. Al menos te recuperaste, hasta que dos de ellos se pelearon por tu propiedad. Saliste con el rabo entre las piernas por miedo a ver una pareja con capote en el horizonte. Tricornios temidos. Garrote aplicado. Seguiste adelante perdiendo memoria. Parecía lejana la sensación de la húmeda mano, de la satisfacción plena, del instinto depredador despertado. Pasaban los días sin saber contarlos, sin conocimiento de tiempo, acostumbrada a ese dolor de la pierna como a la propia huida. Llego el momento en que las lluvias se sobreponían y su humedad calaba profundamente tus castigados huesos. Y la luz se fue. No sabes cuando dejaste de temblar, ni de ver la línea del camino. Simplemente se fue. Por una vez tuviste suerte. Si la providencia alguna vez se vistió de seda y rimel fue esa. Un grupo de colegas se desvió del camino para hacer noche y te encontraron. Tendida sobre un charco, presa de la muerte. Te sacaron, te cuidaron, y te salvaron. No sabes por qué, solo sucedió como los milagros. Despertaste en una ciudad extraña, en una casa desconocida, y en una cama seca. “SECA”. Sin prisa te recuperaste y por una vez conociste lo más parecido a una familia. Todas intuían tu pasado turbulento, pero nunca preguntaron nada, y cuando creíste en la obligación de contárselo, tampoco escucharon, “ no nos interesa tu pasado, solo tú “. Si esto te lo hubieran dicho hace muchos años, que diferente seria tu vida.
Tiempo tuviste para pagárselo. Tus recientes habilidades de matarife y tu falta de escrúpulos ante chulos te hicieron piedra angular de una extraña familia.
Así te volviste a situar y a empezar a trabajar de nuevo. Cambiaste de mote y de nombre, y sobre todo de la visión de la vida. De langosta a hormiga, de soñadora a realista, de pretenciosa a contenida. Así conseguiste recuperar algunos de tus recuerdos. Compraste ese cultivo de champiñón por casa, vivir con tus dolores, y perder la vergüenza de lo que fuiste toda la vida, pintarte como una mona y vivir de lo que otros si deberían avergonzarse.
MENDIGO POR UN SEGUNDO
Durmiendo entre cartones, frías noches aterido, helada escarcha en tus barbas, blanco manto en tu hilo. Enjuto es el cuero que te cubre esos mancillados huesos. Cincelados valles cruzan tu rostro, surcos de penuria, cada una con su historia aunque nunca oídos prestos hallaras al que susurarlas.Torva mirada de locura, impronta del hierro al fuego, hierro de dolor y locura de esa soledad bulliciosa, como grano en el desierto, como gota en el mar, como tanta gente que sin ser indigente no tiene con quien hablar.
Encima llevas toda tu vida, recuerdos mugre, y un petate donde esta aquello que aun te une con la humanidad. Unas fotos, instantáneas de otros tiempos de perenne recuerdo pero caduco momento del cual todavía saboreas teñido de rancia miel. Un rosario, reliquia familiar del que ya no te acuerdas a quien perteneció, pero que te hace recordar que fue vientre humano el que te concibió y no saliste del parto plañidero de la miseria. Un reloj, que tu muñeca lució cuando tenia algún sentido para ti las horas. Una medallita, no sabes si para que te bendiga o te maldiga, pues según te fue seria de hipócrita milagreria o necia aptitud. Y un sonajero, cetro de ignominia, punto mas elevado desde donde saltaste al vació, sin cuerda, sin red, sin resistencia; la cruel mano del destino te arrebató aquello que te mantenía vivo, solo a él le amortajaron, pero dos murieron y solo a uno velaron.
Como fragancia esparcida al viento tu razón perdió consistencia, evaporo sus sentidos, quedo solo una espesa niebla donde entrevelaban pequeños recuerdos, imágenes difusas que te aterraban, justificadas como pesadillas. Y poco a poco, según se aclaraban, tu pobre corazón se partió. Una y otra vez ese maldito camión te golpeaba tu mente y en cada una de ellas te la vaciaban un poco más, negativa a la supervivencia, castigo autocomplaciente del que se sabe culpable, solo con una instantánea, efímero segundo en que contemplaste un pequeño cuerpo destrozado, el último segundo de lucidez, el último de dos vidas.
Del cartón tu vivienda, del cubo de la basura tu despensa, luchando contra las ratas por unos trozos de inmundicia que alarguen tu penitencia.
Deambulas por la calle con esa mirada perdida en la nada, pues nada hay, mientras la gente se aparta por tu visión y hedor. Cuchichean a tu paso una historia mil veces modificada cuyo final siempre eres tú, cual caballero entre dragones, principe entre princesas, o espadachín entre bellacos, entre roña y harapos apareces con tus cartones y petate, con una nube de moscas y un ejercito de piojos perdidos en ese manojo de estopa que llevas en la cabeza, cuerda por cinturón, elegante abrigo antes de servir de festín a las polillas y hotel a los chinches, de tonos imprecisos pero variados, y alegres zapatos que a todos sonríen a punto de convertir tus plantas en suelas.
Esta es tu estampa, la marca de un segundo maldito, del cual todavía no has salido y del que solo saldrás el día que te amortajen, aunque algo no cambiará, no tendrás quien te vele otra vez.
VIUDA MARINERA
Con la mirada perdida en el horizonte va una negra mancha en tu dorado marco. Lleva en huesudas manos un florido homenaje, para aquellos que un día arrebataste como tributo. Madre y esposa de valientes esforzados marineros que una vez fueron a reposar en tu dulce lecho. Días en que tu furia arrecia y toda tu fuerza demuestras en violenta presencia, que no haya hombre que no te tema, que de grandeza es tu amor y tu fiereza.
Florido homenaje lleva, que suave posa sobre tu profundo azul, donde tu brazo espumoso, con tranquilo mecer, alejas satisfecha y entregas a la tumba de los recordados. Aquellos que un día formaron parte de ti, un día de tantos que sus rudas manos sacaban vida, y encontraron muerte envueltos en salada sábana, sacrificio necesario para que otros puedan seguir amándote y temiéndote.
Amada como la madre que eres, refugio de esperanza, de un temer para cada día, cuando a pesar del peligro, si se quedan en puerto sienten una profunda perdida, como un día sin su enamorada, confuso y nervioso como un colegial el primer día de clase, una ansiedad palpable en su rostro y en su esquiva mirada.
Temida por que saben que tarde o temprano a alguien tendrá que llorar o él será llorado, tu fuerza es una demostración de lo injustificado de nuestro orgullo, sentimiento que hemos de acallar cuando te contemplamos y sentimos un estremecimiento de admiración y envidia.
Florido homenaje deja alguien que tendría que odiarte, pero no puede, ese sentimiento no existe en tantos y tantos vientres que han parido para luego entregarte el fruto. Después de una vida entera de mirarte, esperando ver en el horizonte la prueba tranquilizante, pasar otra noche con el cálido confort de otro cuerpo bajo tus sabanas, el tibio contacto y sus callosas manos buscándote. Después de tantas horas formas parte de ella, tu amplitud es su mirada, eres parte de ese iris, el reflejo de la vista posada solo con contemplarte se aprende a quererte, no lo fuerzas, entra suavemente, como tus olas calmadas, como tu lenta marea o suave brisa que la deja impregnada una salada humedad penetrando en su piel marinera. Es un sentimiento de quietud, de seguridad al saberte siempre ahí, nunca faltas, tiene uno la certeza que puede contar contigo para contarte sus problemas, inquietudes, dudas, nunca la dejarás de escuchar. Quizás cuando arrecias sea el vómito de tantas amarguras vertidas en tu fondo.
Rompes las flores del sentido homenaje, esparciendo sus pétalos por tu hermosa cara, como esa muchachita vivaracha y zascandilera que se adorna por cualquier motivo de fiesta haciendo de su bello rostro paleta de pintor. Cuantas veces así adornada, con cuantas lágrimas regada, con recuerdos alimentada y con miradas sostenidas en ese candente mecer, susurrando tu canción a oídos deseosos de dejarse convencer de que ese dia tu la acompañas, pero esa noche no velara y mañana sin los ojos enrojecidos, volverá a verte, tranquila el alma, amándote y no temiéndote, oyéndote cantar y no rugir, con tu suave sabana y no con áspero abrigo, volver a relajar su vida mientras te otea sufrida, en que llegue el día que ofrenda floral te tenga que llevar.
SOLA Y VIEJA
Sola, vieja y sola. Cuanto sufrir en esta vida, cuando luchar, para después de tantos años solo poder decir esto. Tu arrugado piel hace tiempo que no se estira por la más leve sonrisa. Dejas pasar los días sin más incentivo que verlos pasar. Confundes semanas con meses, triste monotonía, aburrida compañía, siempre sola.
Hace muchas décadas naciste en un pequeño pueblo, dura vida, aun siendo pequeña trabajabas en labores agrícolas, sin apenas tiempo para jugar, pero al menos era gratificante. Te sabias necesaria, los animales olían tu presencia y te recibían con la algarabía que da el hambre pronto saciado, lo sembrado crecía gracias a muchos desvelos y su recogida era siempre motivo de alegría y orgullo. Pero sueños imperdonables comenzaron a cruzar tu cabeza. Señorita de ciudad. No paleta de ásperas manos y de alpargatas terrosas, no; Señorita. Poco más de púber hiciste un hatillo y como amante nocturno abandonaste sigilosamente el lar que te vio nacer. ¡Que aventura!.
Pronto comprendiste que en esta vida casi ningún sueño se cumple y los pocos que si suelen ser pesadillas. Trabajar 18 horas diarias fue tu aventura, criada, lavandera, costurera, te dejabas la vista y los dedos en vestidos con los que te gustaría verte, pero solo verías a otras. Por cuatro reales te reventabas para poder subsistir y ahorrar una pequeña miseria disfrazada de tesoro.
Cuando creías que nada podía ir peor le conociste a él, parlanchín donde los haya, busca vidas al que los trabajos le duraban tan poco como las mujeres. Pero fue lo único bueno que te ocurrió en muchos años y te enamoraste. Pobre mujer, si no estabas ya explotada encima te lías con un tunante. Consiguió engañarte hasta la boda, creías que era alguien, con iniciativa y resolución; solo un borracho, jugador y pendenciero. Al menos te hacia reír. Parecía que fueras importante con sus zalameras, lógico, prácticamente mantenías tú la casa, más parecía amancebado que marido. El sexo era tristísimo, oliendo a alcohol y sudor, cuando no a lecho ajeno, aliento de dragón putrefacto de babosa melosidad, sin cariño ninguno y directa hacino, muy pocas veces conseguiste una satisfacción ; demasiadas pocas. Con todo y con eso tres criaturas pariste. Una de ellas murió de sarampión con apenas tres añitos. Nunca conseguiste recuperarte de aquel mazazo. Todavía hoy piensas todos los días en ella.
Cada día trabajas más, no solo tenias que mantener una casa si no cambiar pañales y quitar mocos, mientras el parranda se lo gastaba todo en vino, ya no le llegaba para meretrices, quizás alguna vieja puta desdentada de roídas medias que aceptaba lo que fuese por una copa de cazalla; pero poco más. Desde lo del pequeño no te volvió a tocar. Pudo ser que a él también le dolió, pero nunca lo sabrás. Los niños eran para el un estorbo, un mal necesario con el que tenerte ocupada y que no te fijaras en él. Quizás en el fondo los quería, o solo fue que leyó en tus ojos el desamor, la hartura de una vida. la verdad no lo sabes, pero te dejo en paz. Por un lado fue un alivio, pero por otro lado siempre te quedó una pequeña nostalgia, de pueblerina infantil. Ese maldito sueño que te arrastró hasta allí.
Fueron pasando los años y nada cambiaba, horas y horas de fatiga y agravios en el hogar, ni tus hijos te respetaban, eras como un fantasma, invisible, simplemente la criada, la que los daba de comer, la que les lavaba la ropa, alguien al que explotar entre los que ya son explotados. Todo el barrio murmuraba de ti y tu, orgullosa, alzabas el mentón, el corazón te escupía hiel y la moral andaba por debajo de tus pies, pero alzabas el mentón. Siempre humillada, sojuzgada, siempre sumisa. Apenas unos retazos de furor en todos estos años, pequeñas islas dentro de un archipiélago de marginación, insuficientes para hacerte valer, para reclamar lo que es en derecho tuyo, reconocimiento, respeto y un poco de amor.
Un día llegaste antes a casa, te encontrabas mal, demasiado amargura, que te mantenía la vista fija en el suelo. Entraste en tu habitación y ahí te encontraste al amancebado en la cama con una vecina. Ya habías oído rumores, pero como tantos otros, no quisiste escucharlo.¡pero en tu cama!. Algo empieza a bullir dentro de ti. Con todas las vecinas de vigilancia continua. La cabeza te ardía. Todas murmurando. ¡en mi cama!. Con esa golfa vetusta con mas años que pelos en el bigote. El cuerpo te temblaba y ardías de fiebre. Este cabrón mantenido ¡Y EN MI CAMA!. ¡Hijo de puta mal parido!, te salió en un grito que te oyó todo el vecindario. Saliste corriendo a coger algo contundente y lo primero que hallaste fue una sartén. Gracias al cielo que no fue el cuchillo. Te pusiste a esgrimirla como si de un hacha se tratase y ambos dos, de la misma guisa que se andaban, les tuvieron que llevar a la casa socorro. los aullidos se oían dos manzanas más abajo. A partir de ahí les cambiaron los motes a los heridos, el “chato” y la “desdenta”. Todavía sacando a los maltrechos por la puerta, con la sabana manchada de sangre como tapa vergüenzas, lanzabas por la ventana las escasas pertenencias del “chato”. En mi cama el muy......pero no, ya no volverás a tomarme el pelo, ya no vivirás de mí. Ahora que te mantengan todas a las que regalaste bisutería a costa de mis riñones. A ver que haces como un perro abandonado.
Te perdías en tus pensamientos, mezcla de orgullo y euforia pensando después de muchos años en ti, cuando aparecieron tus hijos. No podían negar que tenían la misma sangre que su padre, eso si todavía adentro. Llegaron con muchos aspavientos y voces, exigencias y aires. Cuando te vieron los ojos inyectados en sangre, otra vez la misma fiebre y temblor que una hora antes se quedaron mudos, pero cuando te vieron coger la sartén, todavía con los restos exudados de su padre, entonces blancos. Madre mía lo que les dijiste, lo que salió por tu boca, y por esa buena vecina, que ponientote un punto de sensatez, se situó en medio invocando tu condición materna, si no los dos bastardos se abrían unido en el parte de la guardia civil como victimas de la agresión de sartén.
Que día, que día. Por una vez en tu vida te impusiste. Pero solo un día. Tus hijos te guardaron respeto, más bien miedo, pero te miraban con resquemor de reojo. El socorrido deambulaba por las calles con pantalones orinados, baño de vómito y cara demacrada. Todas las vecinas murmuraban de tu crueldad. Que ironía, ahora eres tu la cruel, te maltratan toda una vida y por un momento de sensatez y valentía te llaman cruel. Vengativa. Abría que verlos a ellos si una sanguijuela se les pegara al bolsillo. Cruel y vengativa. En tu casa nada se oía, por que nada se hablaba. Te limitabas a un mal lavado de ropa y peor planchado, la casa descuidada y hasta la comida sosa. Pero ni una mosca y miradas de reojo, reproche, que mal sienta que la criada se rebele. Según empeoraban el aspecto del padre, más tensa se volvía la situación. Lo poco que conseguía se lo gastaba en vino, ya nadie le presentaba la sopaboba, ni sus hijos, que reprochaban mucho pero apenas le daban algún cigarrillo o una copichuela,. Menudos listos.
Un día de perros húmedo y ventoso, se quedó en mitad de la calle durmiendo la mona. Apenas diez días después una neumonía acabó con él. En el fondo lloraste, aunque fuera un alivio su muerte, pero en el entierro no lo demostraste, tu cara parecía de mármol, el pulso firme, el paso marcado, la lágrima seca. Todo el mundo atenta de ti, nadie lloró, ni suspiro, no había caras compungidas, solo interés por lo que hacías. Cruel y vengativa, ¡ que cerdos ¡ .
Tuviste que volver sola a casa, nadie se ofreció a acompañarte. Al llegar a tu casa las cosas de tus hijos no estaban. Después de medio siglo de vida era como comenzar de nuevo, pero sin fuerzas, sin ganas, sin ilusión. Cuantas noches soñabas en tu pueblo, hasta las gallinas te parecían una agradable compañía. Los nabos te daban mas conversación que las vecinas. Las pocas que se mantenían algo amables chocaban con una muralla infranqueable de desconfianza. Te estabas convirtiendo en una huraña. Conversabas sola, pero te importaba un pimiento lo que te decías, era solo por escuchar una voz humana, pensar que no estabas en una isla solitaria, perdida del mundo, naúfraga de bulliciosa soledad, metida en una urna de cristal y sellada al vació.
Tu envejecimiento fue acelerado, habían pasado tres lustros pero podían haber sido perfectamente diez. Tus ojos miraban a un fondo vació. Tu pelo ceniza grisáceo con pinceladas blancas. Roídas medias y aireadas alpargatas. Vetusta rebeca de pelotillas de lana. De inseguros pasos y fruncido ceño, malas palabras de fácil salida y única idea en la cabeza “SOLA”. Toda una vida de sacrificio, de penas, de aguantar con paciencia, y al final morirás en cualquier hospital, oliendo a desinfectante, en una fría habitación ruidosa, sin la más mínima palabra de aliento, de amor, de consuelo.
Sola, nadie te echará de menos, ni preguntará por ti, ni pondrá epitafio en la tumba, si es que tienes tumba. Sola. Tu pueblo. Tus campos.
Yaces en el suelo de una acera cualquiera, el jinete te vino a buscar, el único que de ti se acuerda. Nadie repara en tu presencia, no eres más que una molestia. En fosa común reposarás, con quien como tú espera, que un día una flor les ponga, alguien que por fin les quiera.
ESTANDARTES Y BANDERAS
En un charco de lodo
entre estandartes y banderas
yace el joven soldado
con destrozadas caderas.
pom porro pom pom
pom porro pom pom
Resbalando una lágrima
sobre embárrada mejilla
solo susurra ¡MAMÁ!
mientras se arrastra a la orilla.
pom porro pom pom
pom porro pom pom
Aún resuenan en sus oídos
grandes proclamas de gloria
alborozo de marciales sonidos
gritos de futura victoria.
pom porro pom pom
pom porro pom pom
Aterrado, con dolor,
desploma su mano en el agua
muerto su aguerrido ardor
yermo en apagada fragua.
pom porro pom pom
pom porro pom pom
En el aliento va su vida
en su pulso una historia
un recuerdo que ya olvida
frió como una escoria.
pom porro pom pom
pom porro pom pom
Sones, doblada bandera
en manos temblorosas
esfumada ya la quimera
querido hijo, unas rosas.